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Mezclilla

Carmen Gómez Ojea

Trans

La historia de Daniel, que necesitó ser Nely para no sentirse mal y acabó feliz como geriatra de éxito, con pareja y un galgo

Su nombre era Daniel, pero quería que lo llamaran Nely. Nely, así afirmaba y firmaba. Tenía trece años y estaba ya en el límite de aguantar que lo llamaran "nena, nenaza, Danielita, chica, chiquilla, chiquita" burlándose porque él se sintiera una chica que había nacido equivocadamente en un cuerpo de chico, un cuerpo que no le correspondía y en el que se sentía incómodo, muy mal, pues todo aquello le hacía pasar algunas noches llorando con desesperación y desconsuelo y las otras rezando ya que, aunque su madre y su padre no eran creyentes, él sí lo era debido a su abuela Magdalena, que le había enseñado que alguien había venido a este mundo a dar, sobre todo, esperanza de que la muerte no existía y que era un tránsito de este valle de lágrimas y de maldad a un lugar de piedad, caridad, alegría, sosiego y paz. Y antes de dormirse Neley -como le gustaba que lo llamaran en vez de Nely- murmuraba en tono de voz muy bajito la plegaria que le había enseñado la abuelita Madi cuando era todavía muy chiquitín y ya quería ser una niña para llevar vestidos de vuelo y faldas y braguitas y camisones con puntillas y tener una melena hasta la cintura y un bañador de cuerpo entero o de dos piezas y zapatos de tacón y unos pechos grandes y gruesos como los quesos de teta que tanto le gustaban a mamá, porque era gallega como ellos.

Querido Jesús -así comenzaba la oración- que fuiste un niño aquí, en esta tierra de gente buena y también malísima como, por ejemplo, Zaqueo, uno de mi colegio que les comía la merienda a los más pequeños y le tiraba piedras al perro de Galán, el jardinero y una vez le rompió una pata al pobrecito, pero todo esto tú lo sabes; y no sé si te parecerá mal que te diga que te portaste una vez mal con tu madre, cuando desapareciste de su lado y la asustaste mucho y la hiciste llorar; y ahora te pido que me hagas un favor, si es que tienes ganas, no te digo "si puedes", porque sé de sobra que sí, ya que todo lo puedes como, por ejemplo, hacer que se caiga una casa; pero de pronto pienso que quizás yo no merezca que me concedas lo que voy a pedirte. Es algo que necesito de verdad verdadera para no sentirme mal, muy mal, remal; y ese algo tú lo sabes, lo conoces de pe a pa, porque abuelita Madi me dijo que conoces a las personas de arriba abajo y por fuera y por dentro y todo lo que sentimos, lo que queremos y no porque seas un adivino o mago, sino porque nos amas tanto, tantísimo, que lees en nuestras caras y en nuestros corazones. "Por favor, Jesús, ayúdame. Eres el único, uniquísimo que puedes hacerlo".

Y pasaron muchos días y meses también e incluso un año y Nely continuaba soportando chistes, insultos, burlas crueles, agresiones como escupitajos en plena cara, patadas, zancadillas, aunque creía con firmeza que su vida iba a cambiar, porque Jesús podía permancer callado durante un tiempo, pero no lo había abandonado y lo protegía. Y Nely creció de prisa y cuando cumplió quince años, una noche, tras un día tenebroso, terrible, se tiró sobre la cama boca abajo, mordiendo la almohada, y balbuciendo: "Jesús, Jesús de Nazaret y de Galilea y de todo el Universo universal, ya que me dejas tirado sin echarme una mano, te voy a pedir, a suplicar la última cosa que es, creo, muy sencilla y que se trata de que me lleves ya contigo pero, si no te parece bien, conviérteme ahora mismo en una chica y yo me cambiaré el nombre de Nely por el de Jesusa aunque no me gusta mucho, por lo que lo transformaré en Chusa o Chusi, ya veré. Te quiero. Te quiero mucho, y tú también a mí. Lo sé. Lo siento".

Muy poco después, Nely no precisó meterse en el quirófano para padecer una operación de transexualidad o de reasignación de sexo como deseaba, pues cada día iba percibiendo un cambio notorio en su cuerpo, de manera que, una mañana, a punto de cumplir los dieciocho años, al salir de la bañera y mirarse en el espejo, se dijo con emoción, pero serenamente que era él, sí, él, el mismo de siempre, pero con un cuerpo y un rostro femenino, una transformación que solo él conocía, como ratificó, cuando ni su madre ni su padre le hablaron de tal cambio que debería sorprenderles y lo trataron como siempre, como al Nely de mentira, sin conocer al de verdad que solamente veían quienes, como él, eran mujeres en cuerpos de hombres. Y el tiempo transcurrió veloz y llegó el momento de convertirse en universitario y de emprender la carrera que había elegido cuando era ya muy niño, la de medicina. Deseaba ser médico porque, debido a que había sufrido tanto, tantísimo, suponía que haría mucho bien a quienes padecían dolores de todas clases, del cuerpo y del alma. Lo que no sospechaba era que en la facultad de medicina encontraría el amor que tanto necesitaba. El primer día de clase, "Gracias, Jesús", musitó porque nadie lo insultó y ni siquiera lo miró con desprecio o de modo burlón y, cuando salieron al patio para tener una expansión, no fue a tomar un refresco pero, al poco tiempo, se le acercó uno de los compañeros con la mano extendida para estrecharle la suya, diciéndole: Abel Sevigné, encantado de conocerte. Mi abuelo paterno era francés, y él, a su vez, muy cordialmente, se presentó como Daniel Servent, explicando que era nieto de un catalán y añadiendo que lo llamara Nely o Dami. Te llamaré Dami le dijo muy risueño y encantado Abel. Y a continuación se dieron de nuevo las manos y regresaron abrazados al aula, obedeciendo la llamada de regreso que indicaba el comienzo de la próxima clase.

A partir de aquel día su relación fue tan íntima como la uña y la carne y se convirtieron en una sola persona, siendo unos geriatras de fama y éxito por su amabilidad, dulzura y comprensión con los pacientes. Pero lamentaron de todo corazón no llegar a conseguir ser padres, pues las exigencias para la adopción de una niña y un niño, a quienes llamarían Ada y Adonías, eran muy engorrosas por lo que hastiados de papeleos y de aguantar a burócratas y oficinistas de verbo oscuro y mente estrecha, adoptaron en un pispás un galgo, al que llamaron Gladiateur, Gladiador, y fueron y son felices.

Y yo añado que no comen perdices, porque son veganos de verdad y estrictos.

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