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La primera iglesia de América

Una misa hace 525 años que dio comienzo a la evangelización

Pedro Mártir de Anglería fue un humanista italiano que vino a España atraído por la fama de los Reyes Católicos, la unidad de los reinos peninsulares y las sólidas convicciones religiosas de sus habitantes. Nació en Arona (Piamonte), entre 1456 y 1459, y murió en Granada, en 1526. Su magna obra "De orbe novo" consta de ocho décadas, divididas en libros, con sus correspondientes capítulos, en los que da cuenta de las noticias que logró recabar, de infinitas maneras, acerca del Nuevo Mundo, refiriéndolas en un latín que, según los expertos, no es del todo correcto; sin embargo, por su rigor y amenidad, es considerado el primer periodista de la historia de América.

Respecto a la ciudad fundada por Cristóbal Colón en el segundo viaje a la isla Española (hoy, Repúblicas Dominicana y de Haití), a la que bautizó con el nombre de Isabela, en homenaje a la Reina Católica, Pedro Mártir de Anglería escribió: "Él mismo (Colón) ha escogido un sitio despejado, próximo a cierto puerto, para edificar una ciudad, y allí, en pocos días, como la premura del tiempo lo permitió, construyeron casas y una capilla, y el día que celebramos la solemnidad de los tres Reyes, se cantó la Santa Misa según nuestro rito con asistencia de trece sacerdotes".

De este relato se infiere que el 6 de enero de 1494, en Isabela, se celebró misa en la primera iglesia construida en América. Hace 525 años. Y con este motivo, el papa Francisco ha enviado al cardenal Gregorio Rosa Chávez, auxiliar de San Salvador, para que clausure, en su nombre, los actos conmemorativos de la eucaristía con la que dio comienzo la evangelización del continente.

Se cree que el celebrante principal fue Bernardo Boyl, aunque no existe certeza, como tampoco de quiénes fueron los restantes religiosos que asistieron a aquella misa celebrada en la primera ciudad del Nuevo Mundo. No lejos del lugar, en el pueblo de El Castillo, fue edificado, en 1994, el Templo de las Américas, para perpetuar el recuerdo de una acción eclesial tan significativa, pues de allí salieron los misioneros que cristianizaron las regiones centrales de La Española, otras islas de las Antillas y la llamada Tierra Firme.

El paraje en el que se halla el sitio histórico de La Isabela es maravilloso, en una ribera apacible del océano, que cabrillea mansamente en la bonancible bahía. Entre los güayacanes, piedras alineadas por los arqueólogos señalan el emplazamiento de la alhóndiga o almacén real, la torre, la iglesia, el cementerio y la casa de Colón. Allí, la luz, la temperatura, el paisaje y la épica abducen inmediatamente al visitante, que se siente transportado a aquellos meses del siglo XV en los que, en una pequeña iglesia, de 6 x 15,50 metros, construida con piedras y barro, refulgió, al igual que en la gruta de Belén, una estrella. La misma que, sobresaliendo entre las innumerables luminarias que titilaban en el firmamento de las divinidades antiguas, brilló en el Orto, a la vista de los Magos, con singular resplandor, para guiarlos, junto con la humanidad entera, hacia un horizonte de felicidad, plenitud e inmortalidad. Ex Oriente Lux.

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