Brindan muchos hoy con champán y sidra achampañada -bien pocos con cava, que la derecha asturiana es españolista más que nacionaliega- al conocerse que el PP retira a Mercedes Fernández de la pugna por la Presidencia del Principado en las elecciones del próximo mayo. Se veía venir: cuando se apuesta a caballo perdedor y además no se tiene reparo en mostrar las cartas, lo habitual es que el potro vencedor aguarde la ocasión para cocear a los que desconfiaron de su arrancada.
Hace semanas que se intuía que Teresa Mallada estaba en la partida -en esta misma columna se apuntó tal opción el pasado 9 de diciembre, festividad de santas Leocadia, Casaria, Valeria y Georgina vírgenes, y de Anmonio, Basilio, Eusebio, Basiano, Primitivo, Mirón y Lucio, mártires- y que Pablo Casado exploraba opciones distintas a la de otorgarle a la presidenta regional de los populares la cabecera del cartel electoral.
Hoy muchos empuñan el hacha para hacer astillas del árbol caído: es habitual en la política asturiana esa suerte de cainismo. Y muchos otros, fieles hasta ayer a la causa del "cherinismo", virarán el timón para encontrar acomodo en el nuevo orden. Pero justo es reconocer el papel de quien tuvo que gobernar un partido a la deriva tras la irrupción de Foro, que se mantuvo fiel a las siglas contra viento y marea y quien, en un gesto de magnanimidad del que tal vez ahora se arrepienta, trató de devolver al redil a mucho hijo pródigo que emigró a la acera de enfrente. Al césar, lo que es del césar.