El sector agroalimentario asturiano inicia 2019 con esperanza, tras una Navidad en la que los productos regionales han estado más presentes que nunca en las mesas festivas. Sin cometer la osadía de caer en arriesgados triunfalismos, puede decirse que las marcas asturianas de calidad van subiendo puestos en los mercados nacionales, y en casos como el de los quesos o la sidra encaran con optimismo su promoción en el exterior. A ello se suman los buenos datos de las ventas de xata roxa en 2017 y la inminente llegada de una indicación geográfica protegida (IGP) para la miel, que puede ser el toque de gracia para dar a conocer uno de los tesoros más escondidos del campo asturiano.
Las campañas de promoción y la labor callada de los empresarios del sector también han contribuido de forma muy activa a aportar prestigio a la despensa rural asturiana, bien conocida en la casa propia, pero no tanto en otros lugares.
Otro de los retos del año que comienza será lograr que la Unesco acepte la candidatura de la cultura de la sidra a engrosar la lista de bienes intangibles declarados Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
La consecución de ese ambicioso objetivo, en el que el Principado y el sector sidrero quieren implicar a toda la sociedad asturiana, sería un buen espaldarazo a la bebida regional y a toda la tradición que la rodea.
En la cara B de este disco, en principio alegre, figura el temor de los ganaderos de leche a una nueva caída de precios, motivada por la pérdida de fuelle de la demanda de mantequilla y leche en polvo, que ha sido el motor del sector en los dos últimos ejercicios. Sin duda, se avecinan doce meses repletos de riesgos pero también de esperanza y buenas expectativas. En ellas no hay que olvidar el aumento de exportaciones de reses vivas y el repunte del vino de Cangas.
