Todos los candidatos a las próximas elecciones autonómicas en Asturias son nuevos. Los partidos han jubilado a la generación protagonista de las últimas tres décadas. Una mayoría de los cabezas de lista, además, ha hecho carrera profesional en otros ámbitos antes de dar el salto, lo que en principio los aleja de la toxicidad actual de la política. Esta amplia renovación coincide con los datos del último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) que certifican una desafección de los asturianos hacia sus dirigentes sin parangón en España. La confianza en las instituciones está seriamente dañada, y la ciudadanía vive en continuo estado de cabreo por los problemas irresueltos. Ahí tienen los recién llegados su ¬reto.

Sabíamos, por la elevada abstención de las últimas citas electorales, del desapego de los asturianos hacia los políticos y del desencanto con su gestión. A tenor de los datos del reciente barómetro del CIS -de los que hoy informamos con detalle en la sección de Asturias-, esa tendencia crítica se ha agudizado hasta límites dramáticos. Los asturianos son, detrás de los catalanes, los españoles que peor ven la situación actual y los que menos confían en el Parlamento autonómico, en las Cortes Generales o en la UE para resolverla.

El cinismo, el desinterés y la escasa implicación que los votantes revelan en las encuestas dejan patente su hartazgo por la ineficacia de los dirigentes, enredados en sus cosas. Los ciudadanos han tenido que soportar varias legislaturas estériles de regate corto improductivo, en las que asuntos viejos, como la Variante, las comunicaciones o la regeneración económica, no encontraron salidas, pero tampoco otros sobrevenidos, como la deslocalización de empresas o la transición energética.

Los asturianos se sienten mal representados, a pesar de que, a priori, van a existir más fuerzas que nunca con posibilidades reales de entrar en el Parlamento autonómico. A una hornada inédita de candidatos le toca plantarse ante realidades decisivas y actitudes pesimistas. Tanta renovación entraña un punto ilusionante, por la novedad, pero también un riesgo, por el peligro de que la pugna de cada aspirante por buscar su espacio acabe anulándoles a todos y haciéndoles incurrir en los defectos de siempre. No importan las caras, sino las ideas. Ahora queda por desgranar lo fundamental: el discurso que cada uno trae en su morral para Asturias y cómo espera materializarlo.

Asturias no puede seguir varada. De no hacer nada, de persistir la resignación, el fatalismo y la abulia, la comunidad acabará convertida en poco tiempo en un inmenso parque temático residencial para personas inactivas en donde las principales empleadoras serán las administraciones. El declive demográfico plantea un panorama a corto plazo tremendo. Al ritmo de pérdida poblacional sostenido hasta la fecha, el Principado puede bajar del millón de habitantes en un lustro. Los asturianos tendrán que decidir en algún momento qué modelo de región aspiran a levantar, ahora que sus principales cimientos quedan socavados, y cómo empujarán a sus dirigentes para conseguirlo.

En el futuro sólo encaja una región que apueste decididamente por la inversión privada, suprimiendo tantas trabas y obstáculos absurdos a los emprendedores; que propicie un cambio de mentalidad y transforme en ambición la desesperanza; que crea de verdad en la innovación y la investigación, y no protagonice espectáculos tan bochornosos como el del Gobierno asturiano estos días con los grupos científicos de élite; que preserve un potente entramado industrial, conservando lo más competitivo del tejido antiguo y mimando los brotes verdes, y que genere la riqueza suficiente para permitir el ascenso social de los ciudadanos y el mantenimiento del generoso Estado del bienestar existente.

La política no es una tarea simple o fácil. Va a emerger en la Junta, apuntan los pronósticos de politólogos y sociólogos, un escenario muy abierto y volátil, de lucha de bloques casi idénticos. Nadie podrá gobernar sin alianzas. Estos cuatro meses por delante deberían de servir para entrar a fondo en la deriva del Principado y lanzar propuestas frescas que enderecen su rumbo.

Todos los aspirantes recién elegidos han manifestado en entrevistas o declaraciones a LA NUEVA ESPAÑA su interés por rescatar Asturias de la postración. Si son sinceros, no les resultará difícil hallar puntos de encuentro en lo básico. Definir lo incuestionable y con ello construir la base sólida, por el bien de la comunidad, sobre la cual, venza quien venza, empezar a construir una comunidad distinta en vez de continuar peleándose permanentemente por mantenerse a flote a costa de cualquier cosa.

De lograr esa unidad básica en lo imprescindible -en la que los vascos, por citar ejemplos próximos en la cultura norteña, pueden ejercer de maestros-, los asturianos podrán permitirse un brindis con sidra porque por fin sus dirigentes habrán dejado de actuar con oportunismo y empezado a hacerlo con visión estratégica.