Los ilustres miembros de "la Manada", tan protegidos por la esfera judicial, votaron en las andaluzas y seguirán ejercitando ese derecho con independencia de su rumbo carcelario. El sufragio de cada miembro de la pandilla de abusadores sexuales tiene el mismo valor que la decisión electoral de cualquier otro ciudadano, incluidos los pomposos analistas que se pronuncian como si su papeleta estuviera perfumada de sándalo. ¿Querría usted coincidir en la suprema suerte del voto con la opción política de los miembros de "la Manada"? Quizás lo ha hecho más de una vez.
El voto de este quinteto despreciable es secreto, pero ilustra mejor que cualquier circunstancia contemporánea sobre la variopinta procedencia de las voluntades que cimentan la victoria política, en lo que los politólogos de papeleta perfumada de jazmín llaman "la sabiduría de las multitudes". La estupefacción generalizada ante el éxito de Vox, que por fuerza ha de alcanzar a los promotores del partido, surge de un precepto antidemocrático. Cómo es posible, se preguntan los analistas alhelíes, que alguien vote distinto a nosotros. El marco andaluz era especialmente apropiado para rebatir este tópico, en cuanto el sufragio obligatorio apuntaba durante cuatro décadas a la mayoría de un partido único.
"La Manada" también vota, casi duele escribirlo. La aristocracia implícita de que se puede votar al PP de la amnistía fiscal, de Gürtel y de la reforma laboral, pero en ningún caso se puede apoyar a Vox por su machismo y racismo, topa incluso con obstáculos racionales. "Todos los españoles", decía Rajoy, y hoy sabemos que mentía. "Todas las mujeres", se avanzaba en los foros feministas, y resulta que había voces y votos disonantes. A falta de decidir si Vox acabará con la humanidad, ha liquidado la unanimidad, un cómodo vicio contra el que precisamente alertaba J.S. Mill desde su peana de santo patrón del liberalismo.
