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Millas

El trasluz

Juan José Millás

Muérase en su cama

En las urgencias hospitalarias se puede morir con lentitud. Cuando vemos por la tele esos pasillos atestados de camillas, nos vienen a la cabeza imágenes de los campos de concentración. Significa que no queremos morirnos lentamente en un pasillo por el que todo el mundo va deprisa. Se lo tenemos dicho a la familia:

-Ni se os ocurra hacerme pasar por ese trámite.

La muerte a destajo, podríamos titular el estado de cosas en el que hemos ido a caer. No digo que no se salga vivo de ese hacinamiento que nos muestran los telediarios. Muchos enfermos regresan, pero lo hacen sin duda con la sensación de haberse dejado el alma en el hospital. Vuelve el cuerpo desprovisto ya de toda humanidad.

Puros muertos vivientes.

No se sale indemne de una experiencia de ese calibre. El espíritu de uno se queda atrapado para siempre en las habitaciones y lugares de paso del centro sanitario donde le manipularon los bajos a la vista de todo el mundo.

Pero no sólo pensamos en los enfermos, nos dan mucha lástima también los médicos y las médicas, las enfermeras y los enfermeros. Por muy curtidos y curtidas que estén, deben de salir destrozados. Lo suyo no es una jornada laboral, es una temporada en el infierno. Cada día es una temporada en el infierno. En la fachada de los hospitales de la gripe deberían figurar los versos de Dante: "Por mí se llega a la ciudad doliente, por mí se llega hasta el dolor postrero, al rechinar, al llanto, al desespero?". Ignoramos si en el infierno se ficha a la salida y a la entrada, para que el jefe de personal te tenga controlado. Suponemos que sí, que cada día, antes de colocarte la bata y el fonendoscopio, introduces una tarjeta en la ranura del reloj.

Lo que el reloj no tiene en cuenta es que una hora en el infierno vale por siete jornadas laborales al aire libre. De la suma de esas dos desgracias: la del enfermo hacinado y la del sanitario impotente, surge una sensación de desvalimiento social que nos tiene en un ay. Menos mal que los responsables políticos de la cosa mienten con una naturalidad tal que, con un poco de esfuerzo por tu parte, puedes creerte que tienen la epidemia controlada. No obstante, háganos caso: muérase usted en su cama.

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