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Paco, nuestra república

Prendes Quirós, el cronista que necesitaba Gijón y que nunca llegaría a ser

A las 10 de la mañana del pasado jueves me desayunaba con la muerte de Paco Prendes Quirós. Y lo primero que pensé fue un "No me jodas, Paco. Tú también." Y me salió del alma, con todo el cariño que albergaba sobre él. Porque Paco era nuestra república. Se despertaba a las cinco de la mañana y escribía en republicano, se vestía en republicano, caminaba en republicano, hablaba como un republicano, comía como tal y así hasta dar por acabado el día.

Me resulta imposible desligar la figura de Paco Prendes Quirós de la de José Ramón Pérez Las Clotas, juntos como dos bustos romanos el Banús. De alguna forma, cada una ejercía el republicanismo español a su manera. Clotas, que me enseñó a beber y escribir en periódicos, ejercía de gentleman liberal, martini en mano de día, whisky Passport de tarde. Prendes, que me enseñó a pensar la república, la transición y la preautonomía, lo acompañaba. Y entre el melquiadismo de uno y el tierno-galvanismo del otro, se trenzaba una historia de España llena de solemnidad y melancolía.

A Paco siempre lo contemplé como el cronista que necesitaba Gijón y que nunca llegaría a ser, porque esta ciudad ya no quiere cronistas. También lo imaginé como el alcalde que Gijón pudo tener pero que nunca llegaría porque esta ciudad ya no quiere republicanos y porque Paco tampoco quería. De manera que Prendes, como una hermosa acronía, había conquistado su república en las páginas volanderas de LA NUEVA ESPAÑA. Y era una república española, laica y socialista, alegre, vintage y libertaria, que mataba a Favila todos los años y rezaba a la virgen de la república cada 14 de abril.

La prosa de Prendes Quirós era soleada y matutina. Se escribía a las cinco de la mañana. Con todos los titulares recién salidos de la imprenta, vigorosos y electrizantes. Uno sabía qué hora del día era, viendo como su perro lo paseaba por las calles de Gijón, confirmando que el banco estaba en el mismo sitio que el día anterior, y el anterior y el anterior. Era elegante, con ojos de ángel azul, y la sonrisa de un niño que acababa de cometer una travesura. De alguna manera, me hacía pensar que la primera y la segunda repúblicas habían sido travesuras, una broma inteligente y pasajera, planeada por toda la intelectualidad roja, no contra un país, sino contra toda la Historia.

Yo leía los artículos de Paco con el placer con que se lee a un diletante que lo hace mucho mejor que otros profesionales y cuyo perfume es ese, el diletantismo. Me lo imaginaba en el archivo municipal confirmando la efeméride, extrayendo de una fecha toda una ideología, con el sol en su cara y toda la cultura política de la transición y los tiempos preautonómicos descendiendo sobre el texto político como un artesonado robusto y bello. No era difícil imaginarse como él, en esa astronomía de periódicos viejos, libros abandonados y constituciones republicanas, como un liberal ilustrado, un voluntarioso estilista, inspirado y distraído, cuya prosa serena y espaciada, nacía de la cultura antes que del ímpetu republicano que entonces yo tenía. Era un enorme placer conversar con él. La izquierda culta, dialogante, armoniosa, que se expresaba como un minué con el nudo del pañuelo al cuello, sin perder nunca la compostura. Estos días, a las cinco de la mañana, la luz del norte está vacía. Y todo se ha vuelto un poco más aburrido, ay. Te querré siempre, Paco.

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