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El fantasma del baño de sangre

Los matices del cierre de filas militar en torno a Maduro

Cuando Guaidó se subió a una tribuna el miércoles para proclamarse presidente interino de Venezuela no estaba dando un golpe de Estado. Un golpe de Estado requiere el apoyo del Ejército para tomar las riendas de los centros neurálgicos del Ejecutivo. Y el apoyo del Ejército, con matices, lo sigue teniendo Maduro.

Lo que Guaidó hizo el miércoles fue dar un crucial paso adelante en la estrategia opositora de achicarle a Maduro el espacio interior y exterior. En el interior, las protestas, desinfladas tras la represión de 2016, han recobrado el pulso. En el exterior, donde el paso adelante estaba muy bien engrasado, Venezuela vuelve al punto de mira de todas las cancillerías. Si en mayo la comunidad internacional criticó con dureza la farsa electoral que dio un segundo mandato a Maduro, desde el miércoles se abre paso el convencimiento de que sólo un proceso electoral limpio puede evitar que Venezuela acabe ahogada en un baño de sangre.

Y aquí es donde intervienen los matices militares. Tras las inevitables proclamas de condena a las injerencias del imperialismo, los militares dan las gracias a los países que llaman al diálogo para resolver la crisis política. Porque crisis política hay, más allá de que Trump dispare hacia fuera cuando como ahora mismo se empantana en casa.

Desde 2016, la oposición controla la Asamblea tras derrotar al chavismo por primera vez en década y media. La victoria lanzó a los opositores a intentar un referéndum reprobatorio contra Maduro, quien, a diferencia de Chávez una década atrás, respondió con dilaciones, trampas como la creación de una Asamblea paralela y represión. Mientras, el país, tanto por el sabotaje oligárquico que ya conociera el chileno Allende en su día como por la incapaz respuesta de un chavismo que nunca ha sabido ser transformador, se ha hundido en un atroz marasmo económico.

Llegados a este abismo, una salida incruenta no puede venir ni de las burdas injerencias trumpianas ni de un numantino enroque oficialista. Sólo de un proceso de diálogo, amparado en los matices de la cúpula militar e impulsado por los países dialogantes, que abra las puertas de una transición democrática y ahogue al fantasma del baño de sangre.

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