A nadie puede pillar por sorpresa que llueva en Asturias. Del cielo cayó abundante agua, pero no en una cantidad desmedida, ni con una intensidad apabullante. En el punto crítico, los pluviómetros registraron 49,5 litros por metro cuadrado en Oviedo, menos de la mitad que el récord en la historia meteorológica regional, 109,5 litros. A lo sumo, lo único excepcional de la tormenta fue que en cuatro días no abocanara. Ningún asturiano tuvo sensación de máximo peligro ante la borrasca. Las consecuencias, en cambio, resultaron devastadoras, con cuatro víctimas mortales. En toda desgracia siempre existe un componente de fatalidad, pero la mala suerte sólo no explica semejante devastación y una región colapsada.

"Carretera cortada a los Lagos por inundaciones". Los paneles de tráfico advirtieron con esta leyenda día y noche durante esta semana a los conductores que salían de Oviedo por la "Y" y por la autovía de Siero. Existían cientos de incidencias que reseñar en multitud de calzadas, algunas cercanas, pero, al parecer, lo importante era evitar a los automovilistas un recorrido de 80 kilómetros hasta Covadonga para nada. Como si en pleno invierno hubiera infinidad de "mayorinos" a los que disuadir de la temeridad de subir al Enol y al Ercina. Una anécdota intrascendente, sí, pero muy reveladora porque denota el escaso sentido de utilidad con que muchas veces se prestan los servicios públicos y lo poco que se piensa en ayudar de verdad a los contribuyentes, que los pagan. No estamos ante un problema de medios, sino de actitud y buen empleo de los recursos.

Que una tormenta invernal persistente deje sin trenes de cercanías la región y la plague de argayos, arrase instalaciones en la ribera, destroce sembrados y obligue a evacuar a la carrera un hospital, colegios y edificaciones denota la improvisación con la que aquí se ejecutan las infraestructuras -concitan el interés de los dirigentes justo hasta que cortan las cintas inaugurales- y su alarmante falta de mantenimiento.

Empecemos por los trenes. Hay que revisar la definición de ferrocarril. Consiste en Asturias en un transporte en el que los usuarios viajan prioritariamente en autobús, y no en vagones, sin que a nadie se le caiga la cara de vergüenza. Da igual desplazarse a la Meseta, por el área metropolitana o hacia las alas, que truene o haga sol. La ausencia de inversiones ha dejado las líneas en coma. Los daños del temporal apuntillan a la antigua Feve, que ha suspendido indefinidamente el paso de convoyes. Con material obsoleto y nula voluntad modernizadora y de servir a los asturianos, la ineptitud de sus dirigentes conduce la compañía hacia la insignificancia entre la indiferencia general.

Sigamos por las carreteras. La maleza invade las cunetas, las ramas tupen los desagües. Los desbroces han brillado este año y el anterior por su ausencia, sobremanera en la red secundaria. Las autoridades lo achacan a los exigentes requerimientos de la nueva ley de Contratos, que resta agilidad a los trámites. El matorral come literalmente las calzadas y no pasa nada. Esta dejadez deriva en argayos a la mínima tormenta. Apenas existe control de las obras nuevas. Cuando al poco de la apertura los taludes se desmoronan o el firme exige renovación, como en la Autovía del Cantábrico de Colunga a Llanes, cabe sospechar de la calidad de los materiales empleados y de la consistencia de los proyectos.

Repasemos, en fin, la situación de los ríos. La mayor parte permanece sin limpiar, o los sanean animosos voluntarios, como en el Sella, donde empresarios de navegación turística en canoa lo hacen antes de que empiece la temporada alta, o en el Esva, con una fiesta para retirar plásticos y otros desechos. La sociedad civil al rescate. Fuera de los ámbitos urbanos la responsabilidad recae en la Confederación Hidrográfica del Cantábrico. En zonas pobladas, ciudades, villas y aldeas, en los ayuntamientos. La mayoría de las entidades locales carece de capacidad económica para asumir el cuidado de las cuencas. La Confederación destinó en noviembre 600.000 euros a esta misión. Salta a la vista su insuficiencia. Unos por otros, el galimatías competencial provoca el abandono. Ríos llenos de restos, anegación aledaña segura, destrucción e impotencia.

En las naciones serias, los políticos asumen la responsabilidad de sus malas decisiones, los errores siempre tienen consecuencias y los ciudadanos cuentan con la garantía de que las cosas funcionan. Los trenes llegan en hora. En Asturias, con suerte, no se sabe cuándo, ni si los habrá. Nadie levanta un hospital, como el de Arriondas, en terrenos inundables. Las carreteras resultan transitables mientras no coincidan inclemencias extraordinarias. Y no toman por ingenuos a los electores. Ésas son las diferencias primordiales con los países tercermundistas, en donde todo, hasta la normalidad, termina en el caos. Episodios como los que los asturianos han padecido esta semana alejan al Principado de las regiones de vanguardia y lo acercan a las subdesarrolladas. Lamentablemente.