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José María de Loma

Artículo por los pelos

Una aventura capilar

Me encuentro con un viejo amigo que ahora veo que también es amigo viejo. Me dice que tengo el pelo largo. Demasiado largo. Que el pelo tan largo que tengo me sienta mal, que me hace mayor. Casi sin tiempo de responderle que él está más gordo que nunca y de recordarle que le robé una novia, un anorak, dos sonetos, el título de un ensayo y una entrada para el circo, corrí en dirección a una peluquería. Pero aquella era una ciudad extraña. No para el gordo, sí para mí. No sabía dónde había una peluquería. Tampoco sabía qué hacía el gordo más gordo en esta ciudad, aunque en realidad la pregunta correcta sería decir qué hacía yo. Turismo. Hacía turismo. Ya había visto la catedral, la estación de naves espaciales, la broncínea estatua de un poeta local y las medievales murallas. Pero en vez de encontrar el monumento que andaba buscando, lo que había hallado era a un viejo (y gordo) examigo o excompañero o todo a la vez.

Necesitaba pensar en todo esto, pero pensé, valga la redundancia, que mejor pensaría todo en una peluquería, así que lo prioritario era pensar dónde demonios encontrar una. Compré una brújula, un casco e hice propósito de enmienda con maracuyá. Me toqué el pelo. Sí. En efecto, me llegaba por los hombros. Era un pelo recio, negro, saludable. Como de anuncio de champú. Le he dicho al lector que eché a correr y sería bueno informarle de que un par de líneas después dejé de correr. Me canso. Me estoy haciendo joven. Tal vez el pelo me molesta o me pesa o me impide una correcta visión de peatones, biciclistas, jóvenes que van hablándole al móvil, ancianos, señoras y señores, filatélicos, carros de la compra, motocarros, engendros mecánicos con tres ruedas, coloridas motovespas o carriles bici. Y semáforos. Patinetes. Así que estoy parado. Supongo que el pelo seguirá creciendo. El artículo también va creciendo. Ojalá creciera como para completar una historia, un cuento, un relato, un capítulo de una novela. Novela capilar. O de amistad, amistad pilosa, pelona o velluda. Una novela por los pelos. Una novela para depilar. Peliaguda. A lo mejor pelandusca o pelanas, sin descartar una pelambrera de argumento con su inicio, moño y desenlace rubio o moreno. Una novela con detective canoso, con peluquera intelectual y sagaz que despioje pesquisas peregrinas. Apelo a ello. Donde hay pelo hay alegría, dice el tópico. Donde hay pelo hay alergia, dice el corrector. Apelo al corrector. A pelo escribo. Escribo un artículo como una calva al sol, o sea que debe brillar. No sé si brilla. Una calva es una bola de billar pero más me convendría que fuera una calva de brillar. Dónde estará el gordo. Que era mi amigo. Amigo viejo y viejo amigo. Ni un pelo de tonto.

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