La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Visiones De Ciudad

El único traje que tengo

Oviedo es húmeda y fría, menos cómoda de lo que me gustaría, pero es mi ciudad

Las ciudades son como los culos, todo el mundo tiene una. Rechazo con firmeza esa cursilada de llamar tierrina al Norte, de sentir nostalgia de lo verde y de la lluvia. Si quieren añadir maquillaje a sus recuerdos, vivan en un maldito anuncio de Estrella Damm, pero no vengan a Oviedo. Oviedo es húmeda y fría, no hay cines en el centro y los comercios cierran. La gente se marcha y los vecinos son cotillas, los pijos abundan y las chicas no quieren saber nada de ti. Oviedo no es mejor ni peor ciudad que Edimburgo o Alicante. Oviedo, si has nacido allí, es como un culo. Es tuya.

Y como es tuya, aprendes a disfrutarla. Te encantan sus copas baratas y su comida maravillosa. Vibras cuando sales de la estación de autobuses caminando hacia tu casa y reconoces caras por la calle. La gente es amable. Sus habitantes tienen el único sentido de humor que merece la pena: el del Norte. Carcajadas sonoras y agradecidas pero repartidas con criterio, no como esa gente del Sur que se ríe por todo. En Oviedo están tus amigos y está tu familia. Eso la convertiría en la mejor ciudad del mundo aunque estuviese en medio del desierto de "Mad Max Fury Road".

Se quejaba el agente Cohle en la primera temporada de "True Detective" del concepto de la conciencia humana. "Somos cosas que funcionan bajo la ilusión de tener un ser propio, una acumulación de experiencias sensoriales y sentimientos, programada para asegurarnos que somos alguien, cuando en realidad nadie es nadie". De acuerdo que esta frase es sencillamente una pose nihilista, una delicia para escépticos, pero me pregunto si se puede hablar de una ciudad como un ente aislado. Cómo ignorar que las fronteras que las limitan no son más que ilusiones, que un metro más allá de esas líneas la sensación no cambia, no se produce nada nuevo.

Contrarrestar los cachopos

Luego está el carácter subjetivo de enfrentarse a la confección de esta radiografía. ¿Qué opinión es válida? ¿Haber nacido aquí me da realmente derecho a opinar sobre la vida en esta ciudad? ¿Es poco, mucho, suficiente? ¿Debería haber hecho más amigos, menos, haber encontrado un trabajo, un lugar donde ir a correr, un restaurante preferido? Un lugar donde ir a correr quizá sí que debería haber encontrado, solo para contrarrestar los cachopos. Por salud más que nada. En fin.

Intuyo que la respuesta es que ninguna de estas preguntas importa. O incluso, que estos dilemas son un aliciente para dejarse llevar por el hedonismo. Si no somos nadie, por qué dejar de beber. Así, cuando pienso en Oviedo, pienso en "El Señor de los Anillos", en La Comarca. Nos veo como ese grupo inmortal de pequeños seres que antaño se preocupaban por el sentido de la vida, pero en algún momento decidieron dejar de agobiarse y comenzar a disfrutar de buena comida, una lumbre acogedora y la comodidad de un hogar. Sin abandonar en ningún momento su capacidad para sorprender al visitante, el brillo en los ojos de sus gentes, la generosidad que los convierte en únicos.

Cada vez que paso unos días y regreso a Madrid me acuerdo de aquello que decía Gandalf. "Los hobbits son criaturas increíbles, puedes aprender todas sus costumbres en un mes, y después de cien años, aún te sorprenden". Eso es exactamente tu ciudad. Un sitio del que cualquier chaval pretencioso de raya a un lado puede escribir en una página de LA NUEVA ESPAÑA, pero del que a la vez no sabe prácticamente nada, pues le queda todo por descubrir.

Turista en mi casa

Hace poco paseaba por Oviedo con una persona que no había estado nunca. Al hablar en voz alta de tu ciudad, al señalar mientras caminas, tropiezas con fachadas que dabas por sentadas, recuerdas calles y esquinas por las que pasabas sin inmutarte, pero en las que has vivido y aprendido todo lo que eres. Tenemos un museo de Bellas Artes al que no voy nunca y es excepcional, una Cámara Santa que guarda unas reliquias a las que llevo sin visitar desde el colegio. El cliché de redescubrir una ciudad gracias a ojos de turistas es tan cierto que duele.

Palabras como casa o tierra, son términos al mismo tiempo completamente vacíos y llenos de muchísimo sentido. Para unos, Oviedo es una más, para otros es algo por lo que morir. El orgullo local se mantiene con una llama que nadie más ve. Una llama peligrosísima si se deja que provoque un incendio, pero la más cálida si se mantiene como un instrumento para reunirnos alrededor de virtudes y pecados comunes. El patriotismo, cuanto más reducido, más cinematográfico. El hogar es ese ente intangible por el que los héroes mueren peleando, que tiene su máxima expresión en la familia, en un grupo de personas que tu instinto te obliga a proteger y a querer sin importar lo que ocurra. Brynden Tully, el Pez Negro de "Juego de Tronos", respondía así cuando amenazaban su Aguasdulces natal. "Mientras me tenga en pie, la guerra no habrá terminado. Este es mi hogar. Nací en este castillo. Y estoy dispuesto a morir en él".

Aburrida cuando se dilata

Brynden Tully también decía aquello de que "incluso en los días más oscuros de la guerra, en la mayoría de los lugares no pasa absolutamente nada". Qué aburrida es Oviedo a veces, sobre todo cuando se dilata. Un fin de semana son cuarenta y ocho horas constantes de reencuentros y compromisos. Una semana es tiempo suficiente para visitar a todos tus parientes, hacer cualquier tipo de planes y marchar satisfecho. Un mes en Oviedo es algo que llevo sin experimentar desde hace casi ocho años. No sé si ahora sería capaz.

Esta dualidad histérica entre el amor incondicional y la apatía veloz es todo lo que les puedo ofrecer como resumen de mi Oviedo particular. Quiero a esta ciudad con mi alma. Pienso en mis amigos y en mi familia cada día, necesito volver a verles cada poco igual que respirar. Pero no me pidan que me quede mucho tiempo, no me pidan que niegue sus defectos. No he ni mencionado el fútbol, soy un paria confeso. Vivimos tiempos en los que buscamos la pulcritud más absoluta en nuestro pasado, presente y futuro. Días que olvidan que las sombras unen, las cicatrices son historias comunes. Así cargo a Oviedo conmigo. Como una marca de la que estar orgulloso, un traje menos cómodo de lo que me gustaría pero que trae suerte, me recuerda a unas buenas juergas y, sencillamente, es el que tengo.

Compartir el artículo

stats