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Exconsejero y actual jefe de campaña del candidato socialista Adrián Barbón

Carta abierta a Felipe González Márquez

Una intervención inoportuna del expresidente que aumenta la confusión

Estimado expresidente: la admiración y el reconocimiento que te profeso -estoy seguro compartida por muchos ciudadanos- por tu dilatada y exitosa trayectoria al frente del Gobierno español, no es óbice para expresarme críticamente con respecto a tus últimas intervenciones en la vida pública española, con ocasión de tu censura hacia el modo en que el Gobierno español, presidido por Pedro Sánchez, ha enfrentado el "legado" histórico - en forma de incendio generalizado- del desencuentro entre España y Cataluña, que gobiernos pretéritos (españoles y catalanes) no han hecho sino inflamar.

El procès catalán puede enfrentarse desde el gobierno de Madrid de diversas maneras; a grandes rasgos, invocando la potestas romana (en ocasiones el Imperium), solución patrocinada por el conjunto de las derechas españolas, o, en sentido contrario, a través de la política, entendida como un esfuerzo permanente de discusión, diálogo y, en su caso, consenso. El Gobierno de Pedro Sánchez ha juzgado que la apuesta por la negociación siempre es preferible a un ejercicio desmesurado de autoridad, y ello aún a pesar de lo incierto del resultado. En cualquier caso, el ejercicio ponderado del poder, en clave de negociación, produce siempre un efecto benéfico, y es que quien lo personifica se adorna de lo que los romanos llamaron la "auctoritas", esto es, la autoridad moral.

Planteas una objeción a este proceso de diálogo (coincidiendo con la derecha política y mediática) cuando aseveras que "es necesario definir el perímetro del dialogo dentro de la Constitución y el Estatut", cuya premisa parece consistir en que el Gobierno hubiera proclamado lo contrario, cuando lo cierto es que el mismo se ha reiterado hasta la saciedad en el marco constitucional como frontera inexpugnable. Has caído, en definitiva, en una petición de principio impropia, toda vez que has llegado a la conclusión, deformando la premisa.

Tu irrupción en el debate incorpora un segundo mensaje en torno al formato negociador, reivindicando -legítimamente- que el proceso se desarrolle en el Parlamento de Cataluña, evitando mesas paralelas, advirtiendo del riesgo de degradación institucional que esto conlleva. La gravedad del problema asociado al secesionismo catalán, y la preservación de la unidad de España, admite cualesquiera formatos que sirvan al objetivo final, si de ellos se siguiesen acuerdos susceptibles de servir al conjunto de la ciudadanía, siempre y cuando, estos -si es que se produjeran- fueran validados por el conjunto de las instituciones, incluido el Parlamento. Esta especie de sacralización formal de las instituciones, entendiendo que toda la vida política transcurre únicamente en ellas, no se compadece bien con la sustantividad de la política, y tú eres bien consciente de ello, por cuanto has sido protagonista principalísimo de innumerables negociaciones "paralelas" a las instituciones, que han rendido buenos servicios a España. Baste recordar, en este sentido, los múltiples contactos realizados con la discreción que correspondía, al margen de las instituciones, para enfrentar el fenómeno terrorista de ETA, (incluidas sus relaciones con el mundo nacionalista vasco), y ello sin desdoro del Parlamento, que tuvo ocasión de conocer, debatir y decidir, llegado el momento.

Tu intervención, querido expresidente -también la de Alfonso Guerra- es al fin, mas allá del controvertido contenido material, inoportuna en el tiempo, toda vez que incrementa el confusionismo del que se alimentan las derechas, que intensifican su acometida por intereses puramente electoralistas, por completo ajenos al verdadero interés de España.

El Sr. Yáñez aludía días atrás, al proceso de envejecimiento como explicación a determinadas posiciones que vienes manteniendo públicamente, -entiendo que lo hacía desde el máximo respeto del que participo-, o dicho de otra manera, tal parece que has experimentado una "evolución" en tu pensamiento, de naturaleza conservadora. Estás en tu derecho, pero no puedes reescribir la historia, y tu figura estará siempre ligada a la del socialismo español; aunque mantengas discrepancias con respecto a los actuales gestores, estás obligado a un cierto ejercicio de lealtad, compatible con el desempeño de nobleza obligada en todo español sensato: aquí y ahora, la defensa del interés general (unidad de España). La portavoz parlamentaria - Adriana Lastra - te reclamaba días atrás, con otras palabras, esta lealtad que modestamente te solicito, en nombre propio y, estoy seguro, en el de multitud de socialistas.

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