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Añoro a Forges

Preocupación por el futuro de España

"¡España! No provoques, Pepe, que están supersensibilizados".

Amo este país. El mío. Donde nací, crecí y en el que vivo. En el que nació, creció y vive, no sé por cuánto tiempo más, mi hijo.

Pertenezco a la generación del baby boom. Tan distante (¡sobre todo en edad!) de las finiabecedarias o princiseculares X, millennials o Z. Pero probablemente tan preocupado como ellos por el presente y el futuro de España.

"Le ruego que hoy no hablemos de política, hoy no estoy para bromas".

Estoy preocupado por la peligrosa degradación de, probablemente, la mejor sanidad pública del mundo. Por la pérdida de eficacia del sistema educativo. Por mi pensión: no sé cuándo ni cuánto ¿llegaré a cobrar? Por la falta de atención adecuada a los mayores de 60 años (casi 12 millones en la actualidad, unos 16 millones en 2030). Por la dificultad de los jóvenes para encontrar trabajo (la tasa de paro juvenil es 36,3%; la media de la UE es 16,8%; la alemana 6,6%). Y por unas cuantas cosas más que no cito para lo alargarme.

"El camino de la convivencia está sembrado por las sangrientas zancadillas de unos pocos inasequibles al calor popular".

En las últimas cuatro décadas hemos sido capaces de construir una sociedad libre y desarrollada, al nivel de los mejores del mundo. Pero ¿es sostenible este bienestar? Las tendencias macro, tanto sociales como económicas, cambian sin parar y a una velocidad de vértigo. La tecnología está produciendo mutaciones tan pausadamente perceptibles como hondamente influyentes en nuestra vida diaria. Las ideas, buenas o malas, se fabrican, empaquetan y ponen a disposición de quien esté dispuesto a consumirlas a golpe de click. Lo que hoy parecía intocable mañana deja de existir.

"¿Ha llegado el momento de no hacer algo?".

Ante esta imparable y vertiginosa realidad hay países, más o menos desarrollados, que se adaptan e intentan diseñar un nuevo traje para este entorno. Y otros que se empeñan en repasar sus raídas vestimentas pensando que podrán seguir luciéndolas como si nada en la gala de los nuevos tiempos. ¿En qué opción se sitúa España?

"Esto del año político flácido es irreparable".

Revisemos los titulares de prensa o las aperturas de informativos de radio y televisión en la última semana, mes o año. ¿Cuáles son las prioridades del país? ¿De qué se informa y habla principalmente?

¿Cuánto espacio de debate ocupan en el Congreso y el Senado, o en los informativos la falta de médicos o las crecientes listas de espera? ¿Qué plan se ha puesto sobre la mesa para que en el plazo de, por ejemplo, cinco años se incorporen al mercado de trabajo tantos jóvenes que nos permitan equipararnos con la media europea? ¿Qué fondos se comprometen para ayudar a las personas dependientes? ¿O qué política económica se plantea para recuperar una clase media cada vez más baja? ¿Dónde está la estrategia para abordar el drama de la inmigración?

"Si todos pusiéramos un poco más de vuestra parte?".

Además de estar preocupado estoy cabreado. ¿Se nota? Tal vez porque, como guinda, acaban de convocarse unas elecciones generales anticipadas en España pensando más en matemática partidista que en el interés general. Por eso he dejado que las palabras fluyan y recojan lo que veo y lo que siento como ciudadano que soy, como sociedad civil de la que formo parte, como contribuyente, como padre e hijo, como beneficiario de un bienestar del que disfruto gracias al trabajo y sacrificio de mis padres y abuelos y que, con el mío, quiero evitar que se descomponga.

"¿En habiendo salido alcaldesa cuál es lo primero que vas a hacer? Desdecirme".

Quiero decir alto y claro que estoy ¡harto! Repito, ¡harto! Y tengo la sensación de que igual que yo, millones de españoles también lo están. ¡Hartos! de que se nos entretenga con ocurrencias o pijadas (así como suena, para que no haya duda alguna), mientras falta valentía, ganas o ambas cosas para abordar las cuestiones que realmente afectan y condicionan nuestra vida diaria.

"¡País!", que diría Forges. Aunque su genio es atemporal, cuánto lo echo de menos en estos tiempos que vivimos. ¡Se hincharía! Y seguramente estaría también harto y cabreado. "Digo".

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