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El voto está de rebajas

Los españoles se van a pasar los próximos meses de casa al colegio electoral y del colegio electoral a casa

Entre las elecciones municipales, las autonómicas, las generales y las europeas, los españoles se van a pasar los próximos meses de casa al colegio electoral, del colegio a casa y vuelta a empezar. Es lo que los cronistas más devotos del tópico suelen llamar la "fiesta de la democracia", que en esta ocasión puede acabar en auténtica romería.

Tanto ejercicio del voto implica un cierto peligro de adicción e incluso de sobredosis; pero no habrá de faltar quien le coja el gusto; mayormente ahora que la gran variedad de marcas en el supermercado de las elecciones añade atractivo para el cliente. Ya no solo se trata de elegir entre Coca y Pepsi, como ocurría en los tiempos del bipartidismo.

El acto de meter un papelito en una urna es, además, un verdadero placer, solo comparable a otros de mecánica semejante, si bien distinto propósito. Como decía cierto viejo lema procaz, el caso es prometer antes de meter; y una vez metido, nada de lo prometido. Eso aludía, al parecer, a los estupradores de otro tiempo que, para llevarse al lecho a una jovencita, no dudaban en seducirla con falsas promesas de matrimonio.

La máxima se aplica ahora a los políticos que hacen innumerables y a menudo inverosímiles ofertas para que el lector meta la papeleta de su partido en la urna. Luego sucede lo habitual. Que después de metido -el voto en la sugerente urna- los seductores no cumplan apenas nada de lo prometido. Pero nadie escarmienta.

Polarizada como está la batalla entre las dos Españas no sería improbable que se produjese un sustancial aumento de la participación. Poco importa a este efecto que los gobiernos nacionales apenas manden dentro de una Unión Europea que fija lo que se puede o no gastar y decide desde Bruselas -o Berlín- sobre los asuntos de verdadera importancia, que son los del dinero.

Todo eso ya es sabido, pero a la gente le gusta imaginar que su voto decidirá algo más que el traslado de la momia de un dictador o algún leve cambio en la política de impuestos. Con anécdotas como esas, los candidatos tienen entretenido al personal; y parece lógico que muchos de sus clientes se sientan tentados a acudir al colegio como el que va a un partido de fútbol. Por ver si gana su equipo o, preferentemente, si pierden los demás.

Se ignora si la ya próxima sobredosis de elecciones, en las que las papeletas volarán como el confeti, pudiera tener o no algún efecto perjudicial para los llamados a las urnas con tanta reiteración. Votar cada pocas semanas podría causar estrés a los más comprometidos con su equipo, lo que tal vez hubiese hecho aconsejable reunir todas las consultas en un solo día.

No será así, por desgracia. El breve primer ministro saliente, Pedro Sánchez, ha desechado -por una vez- la oportunidad de imitar a los americanos, que cuentan entre sus tradiciones electorales con un "Supermartes". Aquí, como somos más de misa, lo traduciríamos por un "Superdomingo"; pero el efecto vendría a ser más o menos el equivalente.

Abandonada esa idea, no queda sino resignarse a varios meses de feria electoral que los partidos aprovecharán para darnos la murga con sus ofertas y promociones para la temporada de primavera. Lo verdaderamente asombroso es que aún sigan teniendo clientes y que estos puedan incluso aumentar en número, según las encuestas. Se conoce que las rebajas, así en el textil como en la política, conservan su tirón de siempre.

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