La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La longevidad, la sordera y Calderón de la Barca

Sobre doña Carmen, que tiene 93 años y no oye absolutamente nada

La muerte no nos elige a todos al mismo tiempo. En su estrechísimo círculo de amigos, por lo visto, tiene preferencias. Hay personas que parecen hijas de la longevidad; mientras otros gozan del descanso eterno, ellas son balsa que sigue flotando en la vida.

El día a día siempre nos muestra algo. Hace poco, no mucho, le confié mi sed a una caña, entregada al descanso me senté en un bar y sin ninguna preocupación por amenizar el tiempo me puse a observar. Pude ver la forma que tiene la gente de leer los periódicos. Es curioso, unos empiezan por detrás, con prisa, van al secreto mejor guardado de los rotativos: los obituarios. Y otros empiezan por el principio... Los que empiezan por el principio albergan algún propósito lascivo; ¿lo dudan? Con sutileza acercan la lengua al dedo pulgar y, en silencio, van pasando las hojas. Mientras le dan vueltas al café, algunos yo creo que también a la taza. Vaya meneos...

Al rato de estar en el bar llegaron dos mujeres. Con riguroso dominio de la clase y la educación se sentaron en la mesa de al lado. Con la importancia de lo que no tiene importancia pidieron su consumición. Al momento, comenzaron a conversar en alto, muy alto... Sí, la proximidad de las mesas me hizo conocer a doña Carmen y a su hija. Jamás pensé que la sordera colma de bondades al sordo...

Doña Carmen tiene 93 años, no oye absolutamente nada. Pero, en la igualdad del silencio, reconoce la cercanía. Ya lo creo, ya... En un momento renunció al silencio impuesto por la sordera y se puso a recitar a Calderón de la Barca. Se estaba reconociendo en el recuerdo sincero de su infancia: posiblemente el testimonio más noble de la vida en algunas edades. Llega un momento, según mi modesta opinión, en que la vida se domina con el recuerdo... ¡Acordarse es vivir!

La edad constituye una magnífica obra de nuestra vida, lo importante es reconocerse en todas las etapas. Doña Carmen, a pesar de su sordera, se niega a abandonar la vida. Lo malo no es oír, lo malo es no sentir. El entendimiento cede ante el silencio... Muchos sordos ocupan más tiempo en pensar que en hablar.

Suponer que el secreto de los afectos se encuentra guardado en el arriesgado silencio es renunciar a lo dicho y a lo qué está por decir. A determinada edad, cuando ya lo personal está en mano de otros, y la vida es intento de poesía, lo mejor es hacer lo que hace doña Carmen, recitar a Calderón de la Barca : "¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, / y el mayor bien es pequeño: que / toda la vida es sueño, y los / sueños, sueños son".

Compartir el artículo

stats