A los que de niños teníamos por espacio favorito el serial televisivo "Zoo Loco", que presentaba aquella rubia de media melena y aspecto de catequista progre, María Luisa Seco, tenemos tendencia a comparar a ejemplares de la especie humana con animales de distinta catadura. Y no sólo con los primates, nuestros primos hermanos en la rama principal del árbol de la evolución, a pesar de la evidencia de que el hombre desciende del mono y sigue descendiendo.
Compartimos abundante carga de ADN similar a la que arrastran los gusanos, según han certificado sesudos informes científicos, lo cual explicaría la capacidad reptante de algunos congéneres. Así como el gusto de otros tantos por campar sobre el detritus. En ocasiones también adoptamos comportamientos de lobos hobbesianos, de tal manera que afrontamos la relación con algunos semejantes a dentelladas, especialmente con aquellos que caminan por la vida en mansa actitud borrega. Tan es así que algunos no deberían pedir consulta al médico en el centro de salud, sino al veterinario.
Un estudio publicado ayer en una revista científica confirma que las rayas de las cebras son un recurso evolutivo para proteger a los cuadrúpedos de los insectos. Parece ser, según los estudiosos, que moscas y tábanos prefieren a los burros, a las mulas y a los caballos que a su pariente africano porque les deslumbra el brochazo negro y blanco.
Hay políticos que cuando llega la época electoral se visten a rayas para espantar a los moscones sin caer en la cuenta que un pollino no se vuelve cebra por mucho que le pinten el lomo. Servidor es que ve animales por todas partes: hasta un dron me parece un centollo.
