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Problemas en la casta de los castos

La cumbre vaticana contra los abusos sexuales

Razonablemente preocupado por los escándalos de lujuria hetero y homo que han protagonizado algunos de sus sacerdotes, el Papa convocó el otro día en el Vaticano a obispos de todo el mundo para debatir tan delicado asunto. Ni por un momento se ha considerado la opción, aparentemente sencilla, de permitir al clero que se case. El bueno de Francisco gasta fama, tal vez exagerada, de progresista; pero en este punto ya ha dicho que no está por la labor del maridaje de los curas.

No deja de ser una contradicción que la Iglesia, gran defensora de la familia y de la institución matrimonial que la funda, prohiba a sus ministros hacer uso de ese sacramento. A los clérigos se les reserva el papel de oficiantes en las bodas, pero sería impensable que la curia les dejara pasarse al bando de los contrayentes.

Ya es poca la gente que se casa por la Iglesia o, simplemente, se casa; razón de más para que las autoridades eclesiásticas permitan a sus sacerdotes predicar con el ejemplo.

Quizá sea esta la razón -o una de ellas- por la que los luteranos admiten en general el casamiento de sus clérigos y la existencia de mujeres curas y hasta obispas dentro de su jerarquía pastoral. No ha de ser casualidad que los casos de abusos sexuales sean, comparativamente, menores en las iglesias protestantes que en la católica, salvo que la estadística de denuncias esté equivocada.

El quid de la cuestión bien podría residir, a juicio de algunos, en el voto de castidad que la autoridad católica competente impone a su clerecía, por más que el Vaticano se resista a admitirlo. En este punto habría que acudir a los orígenes de la medicina para encontrar el famoso adagio latino: "Semen retentum, venenum est". La máxima, fácilmente traducible, sugiere que la represión de los apetitos eróticos puede obrar efectos tóxicos sobre el organismo.

La idea de que el líquido mal embalsado por falta de eyaculación tiende a corromperse explicaría el origen de la muy reveladora expresión: "mala leche", con la que en castellano se alude a la agresividad y malhumor que padecen los así reprimidos.

Naturalmente, no es esta la opinión del Papa ni la de la curia, que prefiere buscar motivos de orden menos mundano al problema, aunque todavía no los haya encontrado. De hecho, la cumbre vaticana contra el abuso acaba de saldarse con una declaración de buenos propósitos que ha decepcionado, como parece lógico, a las víctimas de los excesos de amor carnal de algunos (relativamente pocos) miembros del clero.

La intención de Francisco era buena, desde luego. Resuelto a evitar los equívocos que pudieran producirse con la frase del Evangelio: "Dejad que los niños se acerquen a mí", el Papa creó años atrás una comisión para poner coto a esa lacra. Ahora la ha complementado con una asamblea general de obispos que tampoco parece haber satisfecho a los numerosos denunciantes.

Alguna medida urge, así desde el punto de vista moral como del financiero, dadas las cuantiosas indemnizaciones que la Iglesia se ha visto obligada a pagar en Estados Unidos y otros países a cuenta de ciertos abusos.

Tal vez bastase con imitar a otras confesiones que sí permiten canalizar y ordenar sus apetitos al clero por medio del viejo matrimonio; pero todo indica que eso no figuraba -ni figurará- en el orden del día de la asamblea episcopal. La casta de los castos parece un obstáculo insalvable.

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