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El diablo y los pederastas

Un escándalo que afecta al clero católico

A los niños que hicimos el Bachillerato bajo el sistema educativo franquista nos resultaba difícil, casi imposible, cursar estudios en un centro que no estuviese regido por una orden religiosa. El régimen franquista, en pago a los apoyos recibidos antes, durante y después de la Guerra Civil, entregó a la Iglesia Católica la importante tarea de educar a la juventud española y apenas dejó margen a la instrucción laica.

La inmensa mayoría de los colegios para varones que conocimos en aquella época eran religiosos (maristas, salesianos, jesuitas, La Salle, dominicos, agustinos, etc., etc.) y otro tanto cabe decir de los centros donde se educaba a las mujeres (esclavas, Compañía de María, jesuitinas, adoratrices, josefinas, doroteas, etc.). La única excepción a esa regla eran los institutos de enseñanza oficiales, una minoría de colegios y un número mucho mayor de academias y pasantías. Yo cursé el Bachillerato en uno de aquellos escasos colegios laicos y su peculiaridad era que todo el personal que daba clase tenía la condición de licenciado superior, lo cual era garantía de un cierto nivel de competencia. Y el único cura que impartía docencia era el profesor de Religión, que hacía también las veces de capellán del centro y celebraba misa los domingos. Por supuesto, la laicidad del centro no permitía escapar del acatamiento a los ridículos dogmas del nacionalcatolicismo (entre otros, que Franco había sido enviado por la Providencia para salvar a España de las garras del marxismo ateo) ni tampoco dejar de festejar las fechas señaladas como memorables en el calendario político del régimen (18 de julio, día del Alzamiento; 1 de abril, día de la Victoria). Pero, al menos, nos aliviaba un tanto el bombardeo propagandístico a que estaba sometido el alumnado en otros centros. (Que yo recuerde, en mi colegio nunca vi cantar el "Cara al sol" falangista brazo en alto como era habitual en otros). Fuimos percibiendo poco a poco todas esas diferencias con los colegios regidos por órdenes religiosas. Y las comentábamos con los amigos o conocidos que estudiaban en ellos durante las horas de ocio o en las vacaciones.

En alguno de esos intercambios de información pudimos saber que algunos curas tenían la mano muy ligera para castigar al alumnado. Y que otros la alargaban para tocar donde no debían con propósitos lujuriosos. Cualquiera que haya vivido aquellos años sabe que el que esto escribe no falta a la verdad, pero si hubiere alguna duda sobre ello ahí están los miles de casos de pederastia cometidos por miembros del clero católico que llenan las páginas de los periódicos y los telediarios. Tanto y tan reiterativo ha sido el escándalo que el papa Francisco ha convocado hace unos días en Roma a 190 obispos para debatir en qué forma tiene que actuar la jerarquía católica para remediar en la medida de lo posible el tremendo desprestigio que le ha supuesto el conocimiento de estos hechos por la opinión pública mundial. Un intento que por lo que recogen los medios ha causado frustración entre las víctimas que esperaban medidas más concretas y, sobre todo, más enérgicas contra los abusadores.

Y echarle la culpa al Diablo y a sus tentaciones, no parece la mejor de las soluciones.

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