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La Iglesia apela a la omertá

Ante las incesantes noticias sobre pederastia

Las incesantes noticias sobre pederastia y otras conductas sexuales abyectas atribuidas a autoridades católicas no dejan de sorprender -aunque eran objeto de sospecha- y provocan un cierto escándalo, en una sociedad instruida bajo la doctrina del pecado del sexto mandamiento de la Ley de Dios.

Al inmiscuirme en tan delicada temática -por cierto, echo en falta la participación de muchos opinantes cualificados-, no pretendo ser irrespetuoso con las creencias religiosas que me inculcaron a machamartillo, tanto en el ámbito familiar como educativo. Tampoco deseo contrariar a los curas con los que tengo el honor de compartir el don de la amistad, a pesar de que recibo de alguno de ellos "tirones de orejas" al acusarme de que no debo entrometerme en materias o cuestiones que consideran de competencia exclusiva, como si los demás mortales no tuviésemos la posibilidad de reflexionar sobre la actualidad y el deber de emitir nuestras opiniones, al amparo de la bendita libertad de expresión que caracteriza a la democracia.

Aunque me consta que hay muchos clérigos ejemplares en el cumplimiento de las promesas que profesaron, me siento profundamente desengañado por esos otros que se escudan maliciosamente en el proverbio "haz lo que digo y no lo que hago" o de aquellos que practican la ley del silencio institucionalizado en el código de honor siciliano ( omertá), el cual, como es sabido, prohíbe informar sobre las actividades ignominiosas, y, por lo tanto, no denuncian a los responsables de las extralimitaciones sexuales y, por el contrario, haciendo gala de una bizarra valentía, cada vez son más los afectados que se atreven a desvelar las tropelías que padecieron.

Durante los últimos años salieron a la luz múltiples escándalos de pedofilia, pero es muy probable que existan muchos más ocultos. Expertos del Vaticano admiten que cerca de 100.000 menores de edad sufrieron abusos por parte del clero y de laicos ligados a la Iglesia, aunque muy pocos han sido denunciados e investigados, en buena parte por haber cerrado los ojos los prelados de mayor rango. Aunque del desaguisado no se salva casi ningún país, son muy notables los sucesos ocurridos en Estados Unidos de América, Chile, México, Australia, Francia, Irlanda, Alemania, España, etcétera.

No cejan los casos de tratos deshonestos por parte de representantes eclesiásticos, desde sacerdotes hasta significados mandatarios (obispos, arzobispos, cardenales y oficiales de la Santa Sede). El Sumo Pontífice actual, que afirma que las demasías aún persisten, llegó a pedir reiteradamente la asunción de responsabilidades, tanto para los culpables como para sus encubridores.

Los recientes acontecimientos acaecidos en la abadía de Montserrat -con víctimas de atropellos sexuales realizados por miembros de la congregación benedictina-, los desenfrenos cometidos con menores en Tarragona -que obligaron al obispo de la diócesis a renunciar al cargo- o la causa de los salesianos de Deusto -que conocían las violaciones cometidas en su colegio desde 1989 y no las denunciaron-, son solo algunos de los ejemplos constitutivos de delito según el código penal y, a pesar de pedir perdón los responsables por no haber actuado con la diligencia que la gravedad de los hechos requería -lo que es un signo positivo-, no deberían quedar impunes sus infractores y ser sometidos al veredicto de la justicia, pues como se dice con insistencia -no sé si nos quieren tomar el pelo cuando lo anuncian personas que la ley considera inviolables- "la justicia es igual para todos".

La última lacra que saltó a los medios de comunicación es la denunciada por el propio Papa Francisco al admitir, en un acto que le honra, el histórico abuso de irresponsables sacerdotes y obispos a las monjas, constituyendo este asunto una de las principales crisis que sacude a la Iglesia en los últimos tiempos.

Es evidente, con independencia de la condición de cada uno (heterosexual, homosexual, bisexual u otras), que lo dicho representa un dilema trascendente y no debe ser soslayado, aunque no es nada novedoso que los votos de castidad a los que se someten los religiosos católicos parecen constituir una disciplina difícil de acatar.

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