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La Espuma De Las Horas

El esquizofascismo contradictorio

Timothy Snyder muestra en "El camino hacia la no libertad" la clase de trastorno de la personalidad impuesta por Eurasia

Serguei Gláziev es, junto con Aleksandr Duguin y Aleksandr Projánov, uno de los grandes eurasianistas de la década. El eurasianismo del siglo pasado era contrario tanto al ateísmo como al socialismo que los bolcheviques defendían, y abogaba por sustituir el gobierno soviético por una orden que desembocase en una autoridad religiosa separada de Europa. La versión actual de ese movimiento consiste en una mezcla de la tradición divulgada por el poeta Nikolái Gumiliov y las ideas nazis introducidas por el fascista ruso Duguin. En ningún momento han decaído dentro de él los dos argumentos más valorados por las dos corrientes que lo integraron desde sus inicios: la corrupción de Occidente y la maldad de los judíos.

Nadie como Duguin, Projánov y Gláziev han sabido modificar las ideas nazis a la medida de la Rusia expansionista de Putin. También son el mejor ejemplo de cómo se mueven las contradicciones en este momento de la historia y, a la vez, se propaga el fascismo que ellos mismos practican como arma arrojadiza hacia el enemigo. En ese sentido, los independentistas catalanes del procés parecen haber copiado los métodos de los ideólogos de la ultraderecha nacionalista rusa.

El caso más paradigmático del esquizofascismo, como lo llama el historiador estadounidense Timothy Snyder en El camino hacia la no libertad (Galaxia Gutenberg 2018), se produce a partir de la primavera de 2014 con la guerra desencadenada en Ucrania por Putin. Entonces la propaganda rusa sostenía que la sociedad ucraniana estaba llena de nacionalistas, pero en cambio le negaba a la antigua república soviética la condición de nación readquirida desde el instante en que se independizó del yugo de Moscú; el estado de Kiev era represor pero, sin embargo, no existía, y obligaba a los rusos a hablar ucraniano, una lengua imaginaria. Según esa misma teoría, el motor que impulsaba a Ucrania a distanciarse de Rusia y arrimarse a la Unión Europea eran la clase dirigente de Estados Unidos, la burocracia de Bruselas y los propios nazis ucranianos.

Del mismo modo que su asesor, Putin calificaba de fascistas a los ucranianos que se oponían a la invasión rusa. Mantenía, al igual que la Nueva Rusia surgida del conflicto del Donbáss, que lo que se libraba era una guerra contra los nazis de Kiev. Pero como escribe Snyder en su esclarecedor ensayo reportaje, los fascistas declarados se han aliado con Rusia. Desde los supremacistas blancos estadounidenses, Richard Spencer y David Duke, que inspiraron con la vieja bandera de la Confederación el emblema de los territorios ocupados en el sudeste ucraniano; el ultraderechista polaco Konrad Rekas; el líder del partido fascista de Hungría, Jobbik; hasta los neonazis griegos y el Frente Nacional italiano. El neonazi alemán Manuel Ochsenreiter defendió la invasión rusa de Ucrania y muchos activistas franceses de extrema derecha se unieron al bando de Putin. Snyder ha sabido como llamarlo"esquizofascismo contradictorio".

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