Ni todos los hombres son unos machistas recalcitrantes ni todos los mensajes del feminismo dogmático tienen que empecinarse en copiar la zafiedad masculina ("al machu, hachu"; "hasta el culo de tu cachirulo"). El caso es que uno ya no se atreve a escribir ciertas humoradas, no le vayan a condenar al encierro en el sanatorio de los inoculados con el virus de los micromachismos. ¿Se imaginan la que se podría armar si el titular de portada de la edición del sábado, tras la multitudinaria manifestación vespertina celebrada en Gijón, hubiera sido "Las asturianas sacan pecho"? La de Troya. Es cierto que hay hombres tan bruscos que hasta cuando van a arrancar una flor para su pareja se comportan como un orangután sentado ante un piano de cola. Y otros que consideran que lo mejor para la historia de la humanidad es que Adán hubiera quedado con todas las costillas intactas; pero afortunadamente no todos somos así: algunos incluso ponemos lavadoras. Cierto es que cualquier disputa con ellas es tarea vana. Ya lo dijo Napoleón: las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan huyendo.
De regreso al tono serio, es preciso alinearse con una premisa: todas las mujeres merecen la igualdad; insisto, todas. No solo las de una ideología común, un mismo sentido de la maternidad o un modo concreto de vivir su sexualidad.
Que en la manifestación del 8-M se pronunciaran proclamas de mujeres contra mujeres da también qué pensar: a ver si después de sacudirse de encima la tutela del padre, del hermano, del jefe, del marido, muchas mujeres van a tener que librarse también de la dominación de las que componen los pareados y los lemas de la pancarta.
