La Federación de Asociaciones de Vecinos (FAV), que agrupa a una treintena de entidades ciudadanas de la zona urbana de Gijón, celebra este año su trigésimo aniversario. Pasadas tres décadas de presencia activa del movimiento vecinal en el desarrollo urbanístico y social de los barrios de la ciudad, a estas asociaciones que nacieron en los estertores del franquismo y que se convirtieron en cantera de la clase política local durante los años de la Transición les toca ahora asumir nuevos retos, acordes con unos tiempos que en nada se parecen a los que gobernaron la última década del pasado siglo, cuando nació la Federación.

En primer lugar, los organismos de participación vecinal se encuentran con el problema acuciante de la brecha generacional dentro de su estructura. Si bien la FAV ha asumido con normalidad el reto del rejuvenecimiento de su junta directiva desde la llegada de un treintañero, Adrián Arias, a la presidencia en 2016 y gente de edad similar al frente del colectivo que aglutina a las asociaciones de vecinos gijonesas, existe un numeroso grupo de entidades que encuentran dificultades para involucrar a los jóvenes en la tarea directiva. Es el caso de La Guía, El Polígono o Atalía, donde perviven dirigentes históricos que no tendrían reparos en dar un paso atrás si existiera un relevo rejuvenecedor.

El movimiento vecinal gijonés no debe abandonar sus reivindicaciones tradicionales, algunas de ellas fructíferas y de largo recorrido, como la vieja lucha por la mejora de la calidad de vida en los barrios o la defensa de un urbanismo más humanizado. Incluso debe mantener su apuesta por la vigilancia y la denuncia, si llega el caso, del preocupante problema de la contaminación, más que evidente en la zona oeste de la ciudad. Pero debe también involucrarse en la pelea contra la exclusión social, que aunque afecta a unos barrios más que a otros requiere del compromiso activo del movimiento vecinal en su conjunto. Gijón ha sufrido con virulencia el azote de la crisis económica, que ha llevado a cientos de familias al umbral de la pobreza por la pérdida de empleo y de perspectivas de futuro. Sin tener que convertirse en una oenegé, la Federación vecinal ha de asumir un papel relevante, como antena de la realidad social de los barrios, en las acciones contra esa lacra.

En el escenario actual de Gijón, el movimiento ciudadano debe convertirse también en el pegamento que vincule a organizaciones sociales y culturales de distinto signo en nuevos proyectos de acción compartida que se apartan de la vieja cultura reivindicativa y de formas de actuar trasnochadas. Las asociaciones de vecinos siguen siendo necesarias, pero como cualquier entidad en el siglo XXI están obligadas también a reinventarse.