Cuando se anunció la llamada a la Sala del que fuera jefe de los Mossos hasta el 155, un sonoro murmullo recorrió las dependencias del Supremo habilitadas para seguir la vista oral. Ese cuchicheo arrulló la declaración de uno de los actores principales de este juicio, en el que -paradójicamente- no lo habían incluido ni los fiscales ni la abogacía del Estado ni el juez instructor.

Otro protagonista, el juez Marchena, esplendente conductor de esta función, provocó una declaración clave del testigo, ya en los minutos finales de su comparecencia. Y es que Trapero soltó, in extremis, una bomba de racimo: "El 27 de octubre, día de la declaración de independencia, me puse a disposición del fiscal y del presidente del Tribunal Superior de Cataluña por si teníamos que detener al presidente y los consellers". Y le faltó añadir, menos a Santi Vila, que zarpó de la nave en los minutos de descuento.

Al estar procesado en la Audiencia Nacional, donde el Fiscal le pide once años de prisión por rebelión; acusado de poner la Policía Autonómica a disposición del Govern y su desafío independentista; podía haberse acogido a la posibilidad de no declarar, pero quiso hacerlo porque, astuto, los hechos que el Supremo dé por probados van ser fuente de prueba y además porque, como testigo, quería denunciar las impericias de los políticos en aquella decisiva reunión del 28 de septiembre con los gerifaltes del Govern: "Les emplazamos al cumplimiento de la legalidad y les dijimos que no compartíamos el proyecto independentista. Y también les advertimos del grave riesgo de violencia que suponía la consulta".

El mensaje era incuestionable. Los jefes impusieron celebrar la consulta por razones políticas, pese a las advertencias de que podía haber graves incidentes. Como así ocurrió.

Tras haber guardado un silencio abismal y preparado a conciencia su testifical, a Trapero (53 años) le faltó tiempo para saldar cuentas. Y lo hizo con voz radiofónica y ronca de exfumador, gesto serio, casi solemne, que no abandonó en ningún momento, con aplomo y precisas descripciones.

Desde que dejó los estudios de Biología cuando tenía 24 años para ingresar en los Mossos, su trayectoria profesional la ha desempeñado como investigador criminal, lo que quizás le haya servido para convertir su comparecencia en el ejercicio de legítima autodefensa de un policía al que los secesionistas convirtieron, porque les interesaba, en un héroe, por el manejo de la situación que siguió a los atentados yihadistas en las Ramblas. Después de su declaración en el Supremo, probablemente haya dejado de serlo.

Con un testimonio meticuloso, en algunos momentos rozando la insolencia, impaciente por exculpar a su gente -"el espíritu era defender el cuerpo y hacer las cosas lo mejor posible"-, el Mayor Trapero derivó culpas, haciendo hincapié en las advertencias hacia los jefes políticos sobre los riesgos de la consulta. Palabras mayores.

No se preocupó en ocultar el "pronto" castellano, tan genuino y complicado para los más cercanos. En su caso, la vena de barrio, pues no en vano se crió en la Guinardera, arrabal de Santa Coloma de Gramenet, uno de los municipios con mayor densidad de población del mundo. Esa cierta soberbia, mezclada con un hartazgo hacia las causas que no le interesan, le salió en una rueda de prensa con un periodista holandés y terminó como slogan en camisetas secesionistas.

Hombre de muchas partes, Jose, como le conocen en familia, es el mayor de tres hermanos de una casa donde siempre se habló en castellano. Hijo de un charnego, taxista, oriundo de Cogeces de Iscar, provincia de Valladolid; el jefe de los Mossos es conocido como alguien discreto, analítico, arrogante y tiquismiquis para las comidas, vive en Sant Cugat, uno de los municipios con mayor renta per cápita y más trendy de Catalunya, al tiempo que cultiva verduras en un pequeño huerto cerca de Barcelona que ha heredado de su padre.

Quienes más afectados han quedado tras la declaración han sido sus jefes. El testigo sin necesidad de serlo les dejó en evidencia, reconoció la ilegalidad de la consulta y puso a su superior más directo a los pies de los caballos: "Sus comentarios encajaban muy mal con las órdenes judiciales", adjudicándole "un punto de irresponsabilidad". Y sentenció: "El cargo político tiene el deber de sigilo".

Situarles como colaboradores necesarios de una ilegalidad flagrante soliviantó a los comisarios y a una gran mayoría de los Mossos, que no estaban dispuestos a servir de escudo de los políticos.

En las abarrotadas Salesas, la duda que quedó es si cumplió o no su cometido, ya que su testimonio lo empleó como un mecanismo jurídico de defensa. ¿Facilitó el referéndum fingiendo que trataba de impedirlo o sencillamente fracasó? "Me hubiera encantado que hubiera habido más resultados", afirmó, "porque era ilegal y contravenía las órdenes judiciales".

El exmayor que, en referencia al procés, ha manifestado recientemente que "la ley no puede valer solo para los delitos que nos convienen", ha podido hacer guantes con versiones anteriores que denunciaban que las ayudas que pedían "nunca llegaban" y la Policía Autonómica "se negaba a facilitar una salida segura a la comitiva judicial", encapsulada en la Consejería de Economía. Los testimonios de los mandos de las fuerzas de seguridad del Estado trataron de demostrar, con eficacia, que los Mossos no hicieron nada para impedir una ilegalidad.

Ha tratado con desdén, quiero pensar que incauto, a la heroína judicial, "la secretaria", que tuvo que franquear una azotea para llegar a un teatro, donde los aterrados dueños la retuvieron en un camerino hasta que Trapero, "antes la hubiese visto el público y eso no es labor", urgido por el juez, les conminó a dejarla salir.

El coronel Pérez de los Cobos, con el que había mantenido una difícil relación, tachó de "estafa" la actuación de los Mossos el día del referéndum. Grave bombardeo al que Trapero replicó: "Mi conducta pudo no ser la más apropiada, cada uno vive las cosas a su manera; para lo que nos pedían habrían hecho falta 40.000 efectivos, hicimos lo que pudimos, entre los tres cuerpos policiales". Con apelación a la obediencia debida: "La actuación se ajustó a la instrucción de la juez de proceder con paciencia, contención y la de salvaguardar del orden público".

Mientras el coordinador sostenía qué habría que utilizar la fuerza para impedir el referéndum, Trapero, aunque no se negaba a hacerlo, lo condicionaba a que fuese sólo si la policía o una tercera persona eran atacadas. Es probable que fuera entonces cuando el coronel dedujo que los Mossos iban a facilitar el referéndum.

Ha tenido interés en insistir en que la gran mayoría de sus hombres no secundarían un plan independentista y seguirían leales a la Constitución, lo que desprende que el gobierno catalán no contaba con el apoyo incondicional de la Policía Autonómica.

"Que el Estado iba en serio, uno lo empieza a comprender más tarde", decía Gil de Biedma. Y eso debió de pensar el Mayor, que se presentó en las Salesas como un ferviente cumplidor de la ley y antes lo quiso demostrar negándose a aceptar la oferta de volverse a poner al frente de los Mossos o que le hicieran homenajes independentistas ante la cárcel de Lledoners.

El caso es que sus cinco horas, moviendo las manos y balanceando los dedos, en que más que testigo pareciera estar ensayando su propia defensa en el juicio que tiene pendiente, quizás le hayan servido para alejar el delito de rebelión y afianzar su propia línea de defensa, aunque quede el escepticismo de quienes piensan que mostró pocas ganas de impedir la consulta.