Vox incorpora cuatro generales retirados en sus listas electorales y el PSOE mete en campaña el cadáver del Generalísimo. Defensa ha advertido del uso político de las Fuerzas Armadas. Hace 40 años este tipo de cosas hubieran pertenecido a un universo de ficción Verne hoy forman parte del escenario pintoresco de la política española. En lo que concierne a Franco nadie se hubiera imaginado entonces la instrumentación de una momia, todavía ahora cuesta pensarlo en un país donde hay generaciones que no lo identifican fácilmente salvo como una sombra muy difuminada del pasado. Pero así es la mercadotecnia: para atraer al votante los partidos han pasado de los reclamos del tombolero a la simbología de sus necesidades sectarias. Sánchez busca en el traslado de los restos de Franco la estigmatización de la derecha con la que sigue asociando al dictador cuatro décadas más tarde, y Abascal pretende reforzar con presencia militar su idea de combatir a los enemigos de la unidad de España.
A Franco, como es obvio, nadie le ha preguntado si tenía ganas de concurrir después de muerto a unas elecciones; los generales jubilados de Vox tienen derecho a participar en ellas, incluso a soñar con mejor suerte que Julio Rodríguez, el exjefe del Estado Mayor con Zapatero, el fichaje de Podemos que en su día causó asombro pero no tanto revuelo. El nacionalismo español, con militares o sin ellos, se ha convertido en la gran coartada de Sánchez para imponerse por primera vez en las urnas. La prueba es que exige la presencia de Abascal para debatir con el resto de los candidatos.
Los votos que no proyecten la invocación del miedo serán desvestidos por la Ley D'Hondt. Si la volatilidad que revelan los sondeos desde hace tiempo no desdice de aquí al 28-A la intención de los españoles, la derecha fragmentada, con una adhesión posiblemente superior a la de otras veces, acabará en cambio perdiendo las elecciones y las posibilidades de gobernar.
