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LNE FRANCISO GARCIA

Cuatro de cuatro y que pase el siguiente

El Sporting se rehabilita con una victoria balsámica ante el eterno rival. Son tres puntos de valor doble: los que suman en rojiblanco y los que dejan de sumar los de enfrente. Jornada redonda en la que los locales se acercan de nuevo a los puestos de cabeza. Con menos fútbol que efectividad el Sporting suma cuatro de cuatro y que pase el siguiente.

Durante muchos minutos, el Sporting renunció a la creación y ofreció al Oviedo partido de rugby, de tal manera que en lugar de un derbi pareció un encuentro del Torneo de las Seis Naciones, tal que un Escocia-Gales o así por aquello de la temperatura ambiente y el paisaje.

Sin ánimo de contar con el concurso de los centrocampistas en la fase ofensiva, con los del medio centro más pendientes de la trinchera que de asaltar la alambrada, los de José Alberto abusaron de la patada a seguir, del balonazo arriba desde el territorio de los centrales buscando la estatura de Álex Alegría. El espigado delantero hizo bien su trabajo: bajó de la estratosfera todo lo que le llegó, aunque fueran melones de Villaconejos, y anotó el único gol, a la media hora de juego, en colaboración con Cristian, tras un pase magistral de Nacho Méndez a Djurdjevic, que asistió a Alegría en la boca del gol. La propuesta del juego directo le salió bien al cuadro local, que se defendió con mucha solvencia salvo en los minutos finales, cuando el colegiado anuló el gol del empate a Ibrahima. La jugada dará mucho juego esta semana en los chigres, pero existe falta del delantero del Oviedo a Peybernes, aquí y en Sebastopol.

Entró en el partido el Sporting sobreexcitado, pasado de revoluciones, tal vez con el ánimo de desbaratar la crítica frecuente esta temporada de empezar los partidos subido en un témpano ártico, frío como un carámbano. A los dos minutos, Cofie vio la amarilla. La consigna parecía frenar a toda costa a Berjón, a sabiendas que el diez del Oviedo es el delineante del juego de ataque azulón. En ese cometido se empleó sobremanera Geraldes, que apagó la única luz que se le podía encender a los de la ciudad vecina. El portugués fue el mejor de los veintidós. Generoso en el esfuerzo defensivo, sus arrancadas por la banda obligaron al Oviedo a preocuparse de otras alternativas que no fueran los balones arriba.

Hizo el Sporting su mejor partido en semanas en defensa. Se dejó notar el regreso de Babin, un coloso que no perdió una sola de las disputas por alto. Si Joselu, inadvertido, tuvo anoche pesadillas, no será culpa del coco, sino del rocoso central de Martinica. También Molinero puso un tapón en su carril y Cofie confirmó una vez más que sirve para la contención, pero no le dio la Providencia el don de la creatividad. Aun así, cumplió con nota.

Mención aparte merece el hombre de los goles impensados. Cada tanto que anota Alegría conduce a una victoria. Desde que José Alberto lo puso de pareja de baile del ariete serbio, el Sporting es otro con el mismo poco juego. El margen de mejora del equipo es enorme si mantiene la fiabilidad de ayer en retaguardia y a Aitor García le empiezan a salir las esencias del pequeño tarro que atesora. El salto de calidad pendiente pasa por las botas de ese jugador.

El Sporting, que lo tuvo en su mano, se empeñó en sufrir después de desperdiciar un riguroso penalti que Champagne adivinó a Djurdjevic. Lo cierto es que, en la segunda parte, y salvo los minutos del agobio final, solo hubo un color sobre el césped de El Molinón. O mejor dicho, dos: el rojo y el blanco.

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