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Las flechas de marzo

De mujeres y de hombres

Finaliza un mes cargado de efemérides, de significado, de actos reivindicativos. Un mes que concentra en sí la esencia del "cambio de ciclo" atribuida a los que abren una nueva estación. Como si su nombre marcara un nuevo discurso cada vez, el tercero de los meses de nuestro calendario gregoriano, el primero del viejo calendario romano, es el mes del guerrero y del agricultor dios Marte, al que además recordamos con uno de los planetas vecinos, el que vemos más similar, y con uno de los días de la semana.

Marzo es el mes del equinoccio de primavera. El que celebra el triunfo de la luz sobre la sombra, el que iguala días y noches, en crecimiento aquellos, el que prepara los campos para las cosechas en nuestro hemisferio. La primavera ha entrado este 20 de marzo y se quedará hasta el 21 de junio. Coincidió una hermosa luna llena que retrasó hasta la siguiente la Semana Santa, oasis laboral. Dicen que este "invierno atípico" se adelantó climatológicamente, pero las cosas de "meteoro alterado" son así.

Pues bien, este Marte, trasformado en marzo, cuenta en su haber con días para todo y todos, con marcas políticas y debates encendidos en torno a unas elecciones convocadas a varios niveles que harán de esta una estación "más caliente que el más caliente de los otoños" en consonancia con "la primavera que la sangre altera". Los "idus de marzo", la Constitución de 1812, el agua, la felicidad, la poesía, la dignidad de las víctimas y más "causas justas" tienen en marzo su "día de". Cargado de buenas intenciones, aunque revuelto el ánimo, nos deja.

Pero si algo marca a marzo son, entre nosotros, dos fechas emblemáticas, aunque de desigual signo: el día de la mujer (8) y el día del padre (19). Si Marte es el dios de lo masculino y Venus la diosa en femenino, desde hace mucho las mujeres toman marzo como el mes de la "lucha por la igualdad". La ONU decidió en 1975 utilizar el 8 de marzo y declararlo Día Internacional de la Mujer en recuerdo de la huelga de las trabajadoras textiles de San Petersburgo en 1917, aunque hitos importantes y convocatorias hubo cantidad antes. Como en 1911 cuando una gran jornada pionera, en el centro y norte de Europa, escogió como fecha el 19 de marzo, nuestro "día del padre". Marzo fue y es el mes de la reivindicación feminista y el color morado, el de las sufragistas británicas, el color de la contienda. Ahora, este 2019 se ha declarado "pensemos en igualdad, construyamos con inteligencia, innovemos para el cambio". Algunos estudios vaticinan el fin del "patriarcado histórico" después de 4.500 años de mujer ocultada. Eso aquí en nuestro occidental mundo democrático, porque las realidades son muy diferentes por otros lares de este globalizado planeta. Ya lo escribimos y volveremos a escribirlo; hay cosas de cambios lentos y progresiones con retrocesos. El día de la mujer es revolución laica y contemporánea, aunque hubo "mujeres de otros tiempos" que se atrevieron a desafiar el mundo masculino.

El "día del padre", San José, 19 de marzo, es una festividad religiosa introducida en el calendario romano en el siglo XV, aunque fue venerado como ejemplo de buen padre y hombre bueno desde antiguo el "pater putativus" (de esas iniciales procede Pepe) de Jesús. Volviendo la vista a la historia, esa que tanto enseña y tanto se tergiversa últimamente, hubo hombres de otros tiempos que sí respetaron a las mujeres cuando no se llevaba, o se vieron abocados a ello, militantes de "feminismo no contemporáneo". Pongamos tres casos.

En un difícil y nada feminista siglo XVIII el ilustrado ensayista, erudito y polígrafo español Fray Benito Jerónimo Feijoo Montenegro (Casdemiro, Orense, 8 de octubre de 1676 - Oviedo, 26 de diciembre de 1764), que desde su celda en el ovetense monasterio de San Vicente ejercía indudable magisterio, sin apartarse de "la ortodoxia cristiana" (como es lógico) defendió la inteligencia de la mujer: "Sepan, pues, que las mujeres, no son en el conocimiento inferiores a los hombres". En un amplio discurso finalizado con una relación de féminas brillantes en muchas artes empezaba el sabio fraile declarando: "en grave empeño me pongo. No es ya sólo un vulgo ignorante con quien entro en la contienda: defender a todas las mujeres, viene a ser lo mismo que ofender a casi todos los hombres... A tanto se ha extendido la opinión común en vilipendio de las mujeres, que apenas admite en ellas cosa buena. En lo moral las llena de defectos, y en lo físico de imperfecciones. Pero donde más fuerza hace, es en la limitación de sus entendimientos. Por esta razón, después de defenderlas con alguna brevedad sobre otros capítulos, discurriré más largamente sobre su aptitud para todo género de ciencias y conocimientos sublimes".

Pasemos de puntillas por casi siglo y medio en el que ya las pioneras del feminismo hispano -como Rosalía de Castro, Concepción Arenal, Emilia Pardo Bazán, Rosario Acuña, por citar poquitas- habían puesto más de un "explosivo" de valor intelectual y activo en el mundo masculino. Entonces Álvaro de Figueroa y Torres, primer conde de Romanones (Madrid, 9 de agosto de 1863 - 11 de octubre de 1950), político español en las filas liberales de Sagasta y Canalejas, "cínico, miope y reacio a cualquier innovación", firmó el 8 de marzo de 1910 una Real Orden del Ministerio de Instrucción Pública permitiendo por primera vez la matriculación de alumnas en todos los establecimientos docentes y derogando otra anterior de 1888 que requería para ello autorización del Consejo de Ministros. Aquella importante disposición (en la que tuvo mucho que ver Emilia Pardo Bazán) explícitamente indicaba que se anulaban las consultas relativas a las matrículas ya que "el sentido general de la legislación de Instrucción Pública es no hacer distinción por razón do sexos, autorizando por igual la matrícula de alumnos y alumnas".

Como en esto de la igualdad, y en todo lo demás, bueno y malo, el siglo XX pisó el acelerador y la Constitución Española de 1931 consagró en su artículo 36 que: "Los ciudadanos de uno y otro sexo, mayores de veintitrés años, tendrán los mismos derechos electorales conforme determinen las leyes". Sin embargo, no todos estaban convencidos de que tal cosa fuera positiva; ni siquiera entre los habitantes de los sectores más progresistas del espectro político. Así que nuestro tercer hombre, mucho menos conocido, y por ello muy oportuno traerlo aquí, apostó por las mujeres. Pedro Vicente (Corera, Logroño, 17 de septiembre de 1903 - Villaviciosa, 12 de octubre de 1936) fue un luchador, sindicalista y socialista que asumió importantes funciones en la Asturias republicana. Sufrió exilio, tras el octubre revolucionario, y murió en plena contienda. Daba cuenta el periódico "Avance" de un mitin en Vegadotos el 12 de octubre de 1932 en el que relata que Pedro Vicente "se refiere al voto femenino concedido a la mujer por las Cortes y se lamenta que haya compañeros que digan que eso ha de traer perjuicio a la República. Que lo digan los republicanos pase, porque nunca se ocuparon de la educación de la mujer, pero no los socialistas que lo tienen como una de sus grandes preocupaciones. Interesando a la mujer en todos los problemas, perded cuidado, pues ella ha de saber hacer un uso adecuado del sufragio". Las ideas claras, porque solo los derechos y su ejercicio validan la igualdad.

Quiérase o no la lucha por la igualdad, como por todas las buenas causas, es mixta y los beneficios también. Sin cambiar supremacías. Que las flechas lanzadas por los vientos de marzo traigan un "abril en el que las flores empiecen a lucir".

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[Feijoo: Teatro Crítico Universal. Tomo I. Discurso XVI: En defensa de las mujeres (acceso libre: http://www.filosofia.org/bjf/bjft116.htm); Moreno Luzón, Javier. Romanones: caciquismo y política liberal. Alianza Editorial, 1998; Tuya Vicente, Rosa. Documentos para la historia del abuelo Pedro Vicente (inédito)]

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