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Infinito

El Día Mundial de la Poesía

Italia celebró el Día Mundial de la Poesía 2019 evocando el poema "L'infinito", que Giacomo Leopardi (1798-1837) escribió en Recanati, cerca del mar Adriático, hace doscientos años. Es hermosa su recitación por Vittorio Gassman, que YouTube reproduce, en una de las diversas ediciones que existen, con el trasfondo musical "On my heart", del álbum "Music of the spheres", del compositor británico Mike Oldfield, y la voz de la soprano neozelandesa Hayley Westenra.

En Recanati, en el apartamiento de una solitaria colina, Leopardi se estremecía, cuando, recogido en ella, dejaba que su pensamiento volase hacia espacios inacabables, en los que reina un silencio que sobrepasa lo humano y la quietud es total. Y mientras escuchaba con su fino oído el rumor del viento, iba adueñándose de él, suavemente, una dulce presencia de eternidad, en la que se dejaba anegar: "Me es dulce el naufragar en este mar".

En este verso se inspiró precisamente el escritor Antonio Colinas para intitular la biografía de Giacomo Leopardi que publicó en 1988: "Hacia el infinito naufragio". Mas la idea leopardiana de naufragio en el ponto del Infinito procede, como se viene diciendo desde finales del siglo XIX, de la prédica 36, para el día solemne de Pascua, del "Quaresimale" del jesuita Paolo Segneri (1624-1694): "Quedará enseguida mi pensamiento absorbido en aquel vasto océano de grandeza infinita; y no encontrando allí ni playa a donde arribar ni fondo que alcanzar, amaré vagar eternamente, anegándome en un dichoso naufragio de felicidad".

Con todo, el acto de pensar en los silencios infinitos condujo a Leopardi hasta el umbral del temor: "por poco, el corazón no tiene miedo". Y a Blaise Pascal, también. Lo confesó en el fragmento 187 de los "Pensamientos": "El silencio eterno de estos espacios infinitos me asusta". La distancia a la que se hallan, de la tierra, los confines del universo, es incalculable; y la oscuridad, en los espacios lejanísimos, espesa como la tiniebla de Egipto, aun cuando, de repente, se pueda apreciar, a miles de años luz, el diminuto titileo de algún cuerpo celeste. Mas lo que en verdad resulta inimaginable es la magnitud de la "no-palabra".

Sin embargo, para el creyente que se nutre con la lectura de la Biblia, el universo habla: los cielos proclaman la magnificencia de la creación, el firmamento pregona acciones bien ejecutadas, el sol envía mensajes de luz y vida, y la luna susurra recados de íntimas confidencias.

No es que pronuncien sonidos audibles ni hagan resonar voces tonantes, sino que se comunican por medio de singulares modos de expresión, y emplazan permanentemente al interlocutor humano a que responda a la pregunta que le formulan por medio de extrañas vibraciones en el ser: "tú ¿quién eres?".

Y el hombre, buscando la respuesta en su fuero interno, encontrará, en el hondón de la conciencia, vetas de extraordinario valor, y, maravillado, prorrumpirá en una gozosa exclamación, semejante a la que Immanuel Kant (1724-1804) dejó escrita en la conclusión de su "Crítica de la razón práctica": "Dos cosas llenan mi ánimo de creciente admiración y respeto a medida que pienso y profundizo en ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí".

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