La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Mariola Riera

En la Asturias vacía se vive mejor ahora

La despoblación no se debe a pueblos sin servicios, sino a vecinos que buscan comodidad urbana

La llamada y tan de moda España vacía nunca estuvo llena. Al menos, de industrias, centros de salud, colegios o, mucho menos, de supermercados. Todo lo más, un bar tienda, que hacía las veces de lugar de reunión y en el que se hacía la compra básica.

A puñados los hubo en Asturias, donde algunos aún quedan abiertos en los pueblos que no están vacíos, pero sí con pocos y envejecidos vecinos; y otros han cerrado bien por la jubilación de sus dueños o bien porque el supermercado que se ha instalado en alguna población cercana ha supuesto una imbatible competencia y se ha llevado a sus clientes, que prefieren coger el coche e irse a llenar el carrito con decenas de modernos productos de distintas marcas que a buen seguro no encontrarán en la tienda de toda la vida junto a su casa.

La España vacía tiene ahora menos vecinos que el año pasado o que hace una década, sí. Las estadísticas están ahí y no se pueden negar.

Pero el problema no es quizás el escenario -para el que aprovechando el periodo electoral se pide atención materializada en inversiones millonarias-, sino sus moradores, que hace ya mucho tiempo que empezaron a irse a vivir a lugares más cómodos.

Una decisión del todo respetable, la de buscar la comodidad, al igual que la de los que han decidido quedarse en su pueblo y tratar de montar allí su vida. Los unos y los otros deben saber que toda elección tiene sus pros y sus contras. Por ejemplo, en la ciudad es difícil oír el canto de los pajarillos a la mañana mientras uno se prepara el desayuno y salir a correr respirando aire puro en vez del que echan los tubos de escape de los coches. En el pueblo es más bien imposible hacer la compra a las nueve de la noche de camino del trabajo a casa si es que uno se da cuenta de que se ha quedado sin leche para el desayuno o irse al cine o a un concierto de música clásica si de repente apetece.

Ni es tan malo vivir en la ciudad ni tan idílico en un pueblo, tanto hoy en día como hace un siglo. Lo último es más bien cuestión de estar dispuesto a renunciar a ciertas comodidades urbanas, algo para lo que no está preparado quizás el hombre de hoy en día. Nuestros abuelos, sí: podían vivir sin un hospital a menos de 100 kilómetros o sin el médico disponible a diario, sin pescado fresco tres veces por semana o sin los últimos estrenos cinematográficos, por no hablar del agua corriente o la luz, que tardaron en llegar.

Porque vivían en un pueblo, que de tener hospitales, cines e industrias dejaría de serlo para ser una villa o una ciudad. Con todo, hoy en día vivir en un pueblo no tiene comparación con hace años. Basta el ejemplo de Asturias: hay mejores carreteras y quien más y quien menos tiene un coche con el que moverse, mientras que salvo casos excepcionales llegará a diario el transporte escolar para llevar a los niños a clase. Las conexiones a internet, aunque todavía deficientes y no en todo el territorio, están ahí y se expanden. Hay quien ha visto negocio en acercarse con la furgoneta del pescado, la carne o la fruta unas cuantas veces a la semana para alegría de sus vecinos. Y es de dudar que quede gente que viva en un rincón remoto que no pueda -si quiere- irse a hacer la compra a un supermercado o al cine de vez en cuando. En la Asturias vacía, la de las alas, la más alejada de las urbes centrales, hay piscinas climatizadas, centros sociales y casas de cultura, museos de mil y un historias, áreas recreativas, variantes y autovías...

El problema no es el escenario. Sino los citados moradores cuando quieren disfrutar de la paz, la tranquilidad y, en resumen, de esa Arcadia feliz que parecen los pueblos, si bien los pretenden llenos de todos los servicios urbanos.

La Asturias y la España vacía están ahí, sí, pero como mucho lo único que pueden generar es dolor y cierto desasosiego romántico al ver pueblos abandonados e iglesias con el campanario a punto de caer. Es el peaje del progreso. Quién sabe si las modas cambiarán y alguna vez se llenarán de nuevo. Todo puede pasar, porque de hecho algunos han optado por regresar de nuevo al pueblo, donde de un tiempo a esta parte han triunfado numerosos negocios agroalimentarios o turísticos, bien nuevos, bien reconvertidos, gracias únicamente al esfuerzo de sus promotores.

Irse a vivir al pueblo o quedarse en él es respetable y para algunos heroico. Lo que no lo es tanto es querer vivir con todo lo bueno de la Naturaleza pero también con todas las comodidades de la gran ciudad. Es imposible, inviable e insostenible. Para nada sensato.

Compartir el artículo

stats