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De Covadonga a Rabat

De las similitudes y diferencias entre Juan Pablo II y Francisco

"Juan Pablo II, te quiere todo el mundo". Miles de personas coreaban en Covadonga la llegada del Papa Wojtyla a un escenario teatral y cinematográfico ante la basílica del Real Sitio para reivindicar las raíces cristianas de Europa en la cuna de España. El lugar donde la leyenda atribuye la intercesión de la Virgen para la victoria de Pelayo frente a los infieles del Islam.

El reino cristiano nacido en las montañas asturianas puso en marcha una manera de vivir bajo la inspiración del Evangelio, como subrayó el "peregrino de la fe" que celebró la eucaristía ante 7.500 fieles en Covadonga en agosto de 1989.

Vox utiliza ahora el santuario para iniciar su campaña electoral y la fiscalía investiga a esta formación política por un supuesto delito de odio contra los musulmanes. Todo ha cambiado. Hasta la Iglesia romana.

Treinta años después, el papa Francisco, "peregrino de la esperanza", se pasea por las avenidas de Rabat, capital marroquí, entre multitudes de musulmanes al lado del Comendador de los Creyentes, el rey Mohamed VI, ambos en vehículos descubiertos, como hermanos y patrocinadores de la fraternidad humana y la paz en el mundo.

Los escenarios y los objetivos de ambos papas son bien diferentes. Treinta años han transcurrido desde el sacerdote polaco hasta el jesuita argentino que recibió la sede de Pedro del alemán Ratzinger.

¿En qué se parecen ambos pontífices tres décadas después de aquella liturgia en Covadonga y esta en un centro deportivo marroquí?

"No se parecen en nada". Es la rotunda respuesta del profesor de Historia de la Iglesia de la Universalidad Gregoriana de Roma, ya jubilado en Gijón, José Luis González Novalín. Estudioso y conocer directo de los últimos pontífices, Novalín cree que la coincidencia del hoy San Juan Pablo II y Francisco está "simplemente en esa actitud humana del bien común y de simpatía. Pero no de pensamiento profundo".

"Entre Wojtyla y Bergoglio ha cambiado la formación", encadena el profesor Novalín. "Francisco es de la moderna teología de los jesuitas y Juan Pablo II era de la formación clásica".

Está claro que el Papa argentino se muestra apegado a lo que pueden significar novedades en la Iglesia. Tiempos del "anticristo", según el cardenal Gerhard Müller, escuchado en Oviedo. Para Wojtyla, que se calzó los playeros del 45 para pasear por alrededor del lago Ercina, lo nuevo eran las formas, pero con una doctrina clásica que hoy se dice retrógrada en muchos ambientes, dentro y fuera de la propia Iglesia. Son dos estilos distintos, en tiempos distintos.

"Francisco impone todas las novedades de repente, pero en unos ámbitos sí y en otros no", sostiene Novalín, que más que ver un nuevo ecumenismo en estos encuentros con los hermanos de otras religiones e iglesias lo define como un "sincretismo", aunque reconoce el natural diálogo entre las creencias.

Francisco habla más directo, más de la vida concreta, y ha tomado el timón de la barca de Pedro con una Iglesia al rojo vivo. Respetuoso con la diversidad de las culturas, se crece en la universalidad, respeta más a los obispos, precisamente él, que insiste en su condición de ordinario de Roma.

Bergoglio no ha caído en la trampa del populismo de cara a la galería, pese a la concesión a Jordi Evole. Se le ha visto en una Iglesia pobre para los pobres. No corre peligro de ser el destructor de la Iglesia pese a lo que temen algunos, cardenales e incluso Alfonso Usía. Está al frente de un hospital de campaña. Nada más y nada menos.

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