La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Tino Pertierra

Sólo será un minuto

Tino Pertierra

La cicatriz escondida

Rubén: "Hay gente que exhibe sus heridas sin rubor alguno. Que las pone a la vista de todos. Lo respeto. Cada uno hace con su intimidad lo que le plazca. Yo no soy así. Yo escondo incluso mis cicatrices. Nadie podrá acusarme de ejercer el victimismo. Ni de ser un quejica. Odio dar lástima y considero la compasión una de las peores actitudes que puede tener un ser humano hacia los demás. Siempre la consideré un acto de superioridad. Y no soporto a los que van de superiores por la vida, sobre todo cuando lo disfrazan de buenos sentimientos. Quizá se lo debo a mi padre. Era un hombre que siempre encontraba en los demás la causa de sus desgracias. No cometía errores: solo era una víctima de las injusticias ajenas, y si no había cumplido ni uno solo de los propósitos que tenía en su juventud no era por culpa de su inconstancia y su devoción por las copas de vino donde ahogar sus penas. Era porque a su alrededor crecían malas hierbas que mataban su talento. Yo y mi hermana fuimos las más destacadas. De no ser por tus hijos, le espetó una noche de furia a mi madre, no me habría metido en esa oficina a enterrarme en vida. Mi padre siempre había querido ser fotógrafo de altos objetivos y justificaba no haberlo sido por haberse dedicado en cuerpo y alma -según creía, aunque no miraba para nosotros- a su paternidad responsable. Mi madre había renunciado a discutir. Era una mujer que tampoco mostraba sus heridas, y las tuvo profundas desde niña. Su ejemplo fue definitivo. Mi hermana, por el contrario, es una quejica. A diario aguanto chorreos de mensajes al móvil quejándose por todo. Qué bien vives sin problemas, me reprocha a veces. Para qué voy a decirle que cada noche me abrazo a las sombras para no ver que siguen sangrando".

Compartir el artículo

stats