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Javier Cuervo

Un millón

Javier Cuervo

Fuego en una cubierta

Noté que no estaba para fiestas cuando me enteré de las llamas en Notre Dame, de donde guardo recuerdos, y pensé que las catedrales góticas aguantan guerras, diluvios, huracanes, terremotos, incendios, restauraciones.

No es que no me importase el fuego, que no sintiera el peligro ni lamentara las pérdidas en arte de un valor que no tiene sentido calcular, es que aún no se había doblado la aguja del siglo XIX y ya parecía que no quedaba en pie ni la primera piedra de 1163.

Con la mera visión del penacho de humo, lo que estaba quemando no era la cubierta de una arquitectura hermosa y potente que quiere representar que es la casa de Dios, sino el símbolo de la cultura europea, de la Unión Europea, de todos, de cada uno. Bajo la sugestión de toda esa carga simbólica empezó a olerme a quemado alrededor, snif, snif, a pelo quemado, joder, joder, joder. Pero lo que decía mi cabeza era que las catedrales góticas tienen mal caer, que tienden a permanecer de pie, aunque aspiren a alcanzar, remedar y contener el cielo.

Mi problema no era el incendio. Era el relato. Sé que, al principio, la información siempre es escasa y que lo que arde sofoca. Mi problema en la tarde del 15 de abril era que no tenía tiempo para acercarme al espectáculo y la prisa produce insensibilidad. No tenía el cuerpo para una fiesta informativa yo, que he participado en tantas como cualquiera (aunque no como el que más).

Ahora que tanto se debate qué información ha de ser de pago y cuál no, hubiera dado algo por tener solo los datos a disposición y la previsión razonable de un experto parsimonioso. La fiesta informativa de retransmitir un incendio como un funeral en el descanso de la final de la Champions la daría gratis porque el simbolismo es publicidad.

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