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Mezclilla

Carmen Gómez Ojea

Palabras, palabritas, palabrotas

Cuentos cortos, pero hondos

Además de encantarme las palabras que conocía por los cuentos que me narraban y me leían en casa, sobre todo mi abuela, disfruté más todavía de ellas cuando, en el colegio, dejé la clase de las bebés y de los más pequeños, escribiéndolas. Y algunas también me acarrearon riñas y castigos, pero seguí adorándolas y aprendiendo, al menos diez, cada día. Recuerdo ahora la filípica que me cayó cuando, a mis siete años, la señorita Dolores me preguntó si de mayor me gustaría viajar y le contesté que sí, que a Laputa y me miró con los ojos desorbitados y respirando como si estuviera corriendo a mil por hora. Pero por fin recuperó la voz y me comunicó que iba a hablar de inmediato con la Madre María Eulalia para que decidiera qué hacer conmigo.

La religiosa quiso saber dónde había escuchado esa palabrota y le respondí que la había leído en un libro y me interrumpió muy furibunda, para soltarme que ese libro era horrendo y de lenguaje soez, muy impropio de mi edad, de modo que ni mi madre ni mi padre tendrían conocimiento de mis lecturas. Y le expliqué que esa palabra la leí en los Viajes de Gulliver, quien en el tercero llegó a la isla de Laputa, donde los laputos le dieron una alegre y cariñosa acogida que lo hizo inmensamente dichoso.

La Madre Eulalia me miró severa y, muy disgustada, me llamó redicha y repipi y me dijo que iba a hablar con mi familia y me eché a reír muy socarrona, porque mi madre y mi padre eran quienes me compraban los libros para que los leyera y se los contara, con el fin de saber si los había comprendido.

Después fui creciendo y enamorándome más y más de las palabras; y aparte de leer, comencé a escribir y mi primer cuento se titulaba "La Cenicienta es rebobísima de litros y litros de baba y rebaba por aguantar a sus estúpidas hermanastras" y, a la vez, Blanca Nieves me parecía una tonta retonta, aguantando a aquella atroz pandilla de enanitos sabihondos. De modo que me dije muy soberbia y prepotente que debía inventarme unos personajes propios y no usar para mis narraciones los de otras escritoras y escritores. Así que mi primer cuento fue "Urso y Úrsula y más gente?". Empezaba en el jardín de la casa de ambos una tarde muy calurosa de verano, del mes de julio exactamente, cuando Urso que tenía trece años y una bicicleta preciosa que le habían regalado por haber obtenido en las notas de fin de curso dos matrículas de honor, cuatro sobresalientes y cinco notables, estaba llamando a gritos a su hermana Úrsula, de doce años y de buenas notas también, para que fuera a jugar con él, pero ella no le hacía caso, pues le había ocurrido algo que no sabía si era bueno o malo aunque le parecía fuera de lo corriente, lejos de lo normal, como era acabar de enterarse por su madre mientras hablaba con su hermana, Tía Regina, de que estaba esperando gemelos, niña y niña, algo que no sabía cómo les sentaría a Úrsula y a Urso. Ella estuvo a punto de ir a gritarle que le parecía bien pero permaneció en silencio, ya que aquello no era del todo cierto, pues le sentaba regulín, regulón.

Urso al enterarse de la noticia no abrió la boca pero levantó los hombros en un gesto de indiferencia. Entonces su hermana le dijo que si no le importaban los bebés, no tendría derecho a buscarles un nombre; y él se limitó a decir: Eso me importa menos que saber cuántas pulgas tiene en el cuerpo Golgo, el perro de tía Regina. Y a continuación dijo que se iba a dar una vuelta en bicicleta. Y se fue silbando, sin importarle que su hermana lo despidiera lanzándole trompetillas. Y a mí dejaron de interesarme, ella y él, y decidí no usar ni una palabra más acerca de esa aburrida pareja de hermana y hermano y aquella noche, ya en la cama, inventé la historia de Gregorita, que tenía diez años como yo y, cuando comulgaba cada día en la capilla del colegio, no tragaba la Sagrada Hostia, sino que la pegaba al paladar para meterla en una caja de nácar, donde tenía escondidas casi cien, hasta que, un día, haciendo limpieza general en su habitación, a Trini, la joven que se encargaba de ese trabajo, se le cayó la cajita, y le entregó el contenido a su señora, madre de Gregorita que, de momento, pensó que serían obleas de los turrones navideños, pero el nerviosismo y las lágrimas de su hija la hizo gritar con sobresalto, llamándola blasfema de los infiernos, hija de Satanás, sacrílega, pecadora sin perdón. Pero el Padre Quirino, el capellán, la absolvió, porque ella le aseguró y prometió que no volvería a cometer aquel pecado y cumplió su promesa, pero se dedicó a poner en la pila de agua bendita barquitos de papel, lo que hizo que la expulsaran definitivamente del colegio.

Era un cuento que no le gustaba a nadie, tampoco a mí y, como consolación escribí esta poesía: De todas las palabras que conozco de mi lengua española, mi preferida y la que más gusto me da pronunciar es el nombre de Aldonza, el de la novia manchega del hidalgo don Quijote de La Mancha, que también tenía otro nombre precioso que es el de Dulcinea del Toboso, que me da ganas de cantar y bailar.

Después me hice mayor y escritora y escribía literatura para niñas, niños y personas adultas e incluso para perros, como "Pirra" y "Pirri", la pareja hermana de galga y galgo de Cornelia, la portera, que escuchaban extasiados, agitando el rabo mi cuento: "Pirra" es una perrita más bonita que la luna y tan graciosa y alegre que como ella no hay ninguna criatura ni perra ni gata ni ave ni mariposa ni tampoco humana.

"Pirro" es muy señoroso y serio. Le encantan los langostinos, sestear a los pies de su amo y acompañar a su ama a ir de compras a un supermercado en el que dejan entrar animales, hasta a "Vindomio", un loro muy mal hablado que canturrea sin cesar: Los guarros no son los cerdos de cuatro patas, sino los que tienen dos pies y dos manos. Merecerían esos asquientos guarros que los quemaran en la hoguera de San Juan y defecaran en sus cenizas. "Pirro", aunque sea muy educado, disfruta con las groserías de "Vindo", pese a las regañinas de su dueña. Y aquí se acaba el relato de "Palabras, Palabritas y Palabrotas" con el que la autora se autopremió ganando el certamen de "Cuentos cortos, pero hondos," convocado por ella misma en el colegio, y al que no se presentó ninguna ni ningún concursante a excepción de Covita Pis con: Mi apellido ya no me hace sufrir porque acaba de llegar una niña que se llama Marciana de la que se reirán los que me hacían llorar y yo la consolaré.

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