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La historia en campaña

Es la primera vez que las elecciones generales se celebran en el mes de abril durante las últimas cuatro décadas largas del "régimen de la transición"

Cuando en los puestos de flores de las plazas colgaban, esperando compradores, las palmas para el domingo de Ramos -una tradición que persiste aún- se abría la campaña electoral y los carteles con fotos maquilladas de los cabezas de listas a las elecciones próximas colgaban de farolas y vallas esperando compradores (votantes) para sus propuestas. En las últimas cuatro décadas largas del "régimen de la transición", que alumbró una gran Constitución, esta es la primera vez que las elecciones generales se celebran en el mes de abril, tan simbólico por muchas efemérides históricas que se colarán "en debates". Si repasamos los meses electorales, de renovación de las Cortes Generales, los hay repetidores. Junio fue el elegido en 1977, 1986, 1993 y 2016. El mes del solsticio de verano, de días largos, se veía propicio. Lo fue más el del equinoccio de primavera. Marzo, el ganador, fue el preferido cinco veces en 1979, 1996, 2000, 2004 y 2008. En octubre se pusieron las urnas en 1982 y 1989; noviembre en el 2011 y diciembre en el 2015. Están ayunos de llamada a la "participación electoral" en esto de las generales enero y febrero, fríos y con cuestas a cuesta. También julio, agosto y septiembre, cálidos, que en y después del veraneo no apetece; además el florido mes de mayo (para no perturbarlo) y abril a lo mejor por lo de "aguas mil". Cierto que mayo fue muy reclamado en elecciones autonómicas y locales, que se arriesgaron con febrero y septiembre, mientras que las europeas tuvieron preferencia por mayo y junio. Pero las generales, las que marcan la marcha del Estado, evitaron ciertos meses, por eso de la dinámica política más que de la astral.

Esta 14 convocatoria a Cortes le toca al mes de abril, el que abre las flores de la primavera, tan de fechas de relevancia histórica particular en esta España debatida. El 1 de abril de hace ocho décadas se dio el "último parte" de una guerra civil que desangró las tierras españolas y dejó heridas que aún supuran y que como niños rasgamos para que no se cierren. Es la gesta triunfante para unos y nefasta para otros, que prefieren, en su justa memoria, celebrar el día 14 de aquel abril de 1931, ochenta y ocho años atrás, cuando se proclamó una república con la que acabó la guerra. Simbolismos de dolor demasiado cercanos por lo que parece. Este año República y Ramos compartieron día, cada uno con lo suyo. Manuel Chaves Nogales, el gran periodista recuperado, que se exilió antes de finalizar la contienda y murió en Londres, sostenía que se iba porque en la guerra todo lo bueno perece, "mi única y humilde verdad era un odio insuperable a la estupidez y a la crueldad; es decir, una aversión natural al único pecado que para mí existe, el pecado contra la inteligencia" ("A sangre y fuego"). Urge, con consenso, abrir la tierra que sea menester, honrar a quienes se les debe, desocupar mausoleos y cerrar llagas. Pero será difícil aún.

Y no conformes con estas historias que duelen, muchos combatientes de esta campaña, todos, por activa o por pasiva, convocan héroes, gestas, dioses o costumbres y tradiciones del pasado para sumarlos a sus propuestas del presente. A veces se enjuicia el pasado como si fuera ahora. Juzgar lo que fue un hecho o un personaje histórico con los parámetros morales del hoy es un ejercicio de irresponsabilidad y de desconocimiento. Pelayo, Hernán Cortes, Magallanes, Elcano, Blas de Lezo, el Adelantado de La Florida o muchos otros no son cartel electoral, aunque lo parezca. Son patrimonio de todos, porque la historia es común. Cierto que se convierten en bandera de unos por el menosprecio de otros. Contra los superhombres subestimados se promueven populares pericotes, sardanas, chotis, jotas o muñeiras como representativos del pueblo superador. Pero como todos somos pueblo y ciudadanos nos sumamos a chocolatadas, calçotadas, ribeiradas, espichas o ferias allá donde se den. Pintaba el gran Goya fiestas populares de majos y manolas y, viendo el jolgorio, se sumaron a ellas aristócratas, nobles y ricos porque tocaba ser pueblo en el goce. Apropiarse de los personajes o las costumbres es ilegítimo. Ni unos ni otras forman parte de las listas electorales. No vale sacar pecho y reclamar gestas pasadas poniéndolas a nuestro lado para primar sentimientos de orgullo descontextualizado o, por el contrario, inventarse la historia sin héroes. Solo se apela al corazón y la pasión cuando se pierde la razón.

Sin duda una vez más, un año más, lo mejor de abril es que nos trae, tal que un día 23, desde un lejano, pero siempre presente 1616, el recuerdo de tres grandes de las letras que debemos elevar como símbolo de superación de veleidades menores, porque ahí sí que nadie puede con ellos. Al margen del desajuste del calendario, ya que entonces Inglaterra mantenía el juliano, el Día del Libro es desde 1995 un acuerdo internacional. Y los recordados son: el español más universal, Miguel de Cervantes, el inca Garcilaso de la Vega y el inglés William Shakespeare, ¡aferrémonos a sus voces, las que vienen de sus obras! Desde el pasado eterno convocan al genio y al ingenio humano como pilar superador de desencuentros que traspasa tiempo y espacio tendiendo puentes entre la "pérfida Albión", la España de la "leyenda negra" y la "doliente Latinoamérica". Hijos de su tiempo, tuvieron sombras, sin duda, pero, por una vez, fijémonos en sus luces. El caballero andante, cuerdo en su locura, el don Quijote cervantino le decía a su escudero y filósofo de los de pie en tierra: "La libertad, querido Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida". El inca Garcilaso de la Vega, mestizo en cuerpo y cultura del imperio, citando al "gobernante" Pachacútec, nos aconseja que "mejor es que otros, por ser tu bueno, te hayan envidia, a que no que la hayas tu a otros por ser tu malo". De Shakespeare, el admirado de aquella reina Isabel que tanto hizo sufrir a Felipe II, elegimos su apoyo a la inteligencia y a la sabiduría de los años: "Es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad? Los viejos desconfían de la juventud porque han sido jóvenes". Que la libertad, la bondad y la sabia experiencia perduren también en tiempos de tribulación.

[Miguel de Cervantes. "Don Quijote de la Mancha", 2v. Instituto Cervantes, 2004; Inca Garcilaso de la Vega. "Comentarios Reales". Castalia, 2016; William Shakespeare. "El rey Lear". Alianza, 2018]

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