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Sol y sombra

Tocata y fuga tabernaria

La gresca sustituyó al debate y las preguntas quedaron sin respuesta

La segunda escenificación televisiva de los candidatos concluyó con una simulación tabernaria y caótica, entre provocaciones y desafíos. A los conductores, el debate se les fue de las manos: preguntaban una cosa y quienes tenían que responder contestaban otra. No insistieron -no se sabe si calculadamente- en arrancarle al que tiene más posibilidades de imponerse en las urnas con quiénes piensa pactar, la pregunta más importante porque de ello depende en gran medida que el país siga siendo reconocible para los españoles.

Todo, en general, fue una impostura canalla y grosera, cuando el presidente candidato intentó situar a su adversario del PP del lado de los maltratadores, o intentó defenderse de las acusaciones de terrorista y golpista, mientras que su interlocutor se desgañitaba por repetir que él de lo que le había acusado era de mantener pactos con unos y otros, no de que lo fuera propiamente.

Todos sobreactuaron. Pueden seguir confiando en ellos pero casi nada de lo que dijeron resultó creíble. La prueba es Iglesias, que dejó de lado el gallismo que lo ha caracterizado para convertirse en un árbitro de la ponderación y de la mesura con el fin de pescar desesperadamente en el caladero de la izquierda moderada. Si en el primer enfrentamiento había puesto como ejemplo la Constitución, de la que siempre renegó, en el segundo pretendió dar lecciones de educación cívica a sus adversarios. Les llamó la atención por el golpe efectista de intercambiar libros cuando fue él mismo quien inventó la modalidad del regalo envenenado.

Los dos candidatos del centroderecha, como si no tuvieran poco con la sombra alargada del ausente (Vox), se dedicaron a propinarse guantazos, librando su particular batalla hegemónica. Estuvo atinado Albert Rivera cuando la dijo a Sánchez: "¿Ha terminado usted de mentir? Ahora me toca a mí". Mintieron todos.

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