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La mirada femenina

Tiempo de escucha

La falta de concentración generalizada, la ausencia de diálogo y el estrés son los rasgos de nuestra época

La idea de caer aterroriza y son pocos los que permanecen del lado de los caídos. Aunque sea un hecho más que probado que todos caeremos en un momento u otro de la vida y que cada vez hay más gente que estará y se sentirá sola. A menudo la soledad genera rechazo porque cuesta lidiar con la fragilidad o la tristeza.

En el mundo de las apariencias nos volvemos expertos en mostrar solvencia, fortaleza, eficiencia, aunque por dentro uno se sienta perdido.

De vez en cuando encontramos momentos y personas que rompen moldes y te regalan su sincera mirada de las cosas. Y escuchándolas piensas, esto sí tiene sentido. Pero a veces esos momentos se nos escapan de las manos porque no tenemos tiempo para escuchar.

No hay tiempo para escuchar, ni para hablar, ni para hacer el amor.

Oye, es que tengo una reunión? Ya quedaremos? Voy muy liado, un día nos tomamos un café y comentamos. Y esos cafés se acumulan como las monedas de céntimos en el cenicero del coche. C'est la vie!

No olvides que, más que por lo que haces, una vida se calibra por todo lo que dejaste pasar. Si fue demasiado, te pesa.

En cualquier caso, si hay dos rasgos característicos del humano del siglo veintiuno son los provocados por una falta de concentración generalizada; falta de escucha y el estrés.

Poca broma. Mucha gente sufre y enferma por culpa del estrés. Es una de las principales causas de enfermedad reconocidas. El estrés es peor que el tabaco, mata lentamente, provoca que el cuerpo y la mente estén crónicamente inflamados y no respondan como deberían. Esto produce que nos equivoquemos en muchas pequeñas decisiones cotidianas que no hacen más que perpetuarnos en el propio estrés.

Por estrés elegimos mal dónde y qué comer, por estrés gritamos a las personas que más queremos, por estrés no logramos ni dejar de fumar ni bajar esos kilos que nos impiden sentirnos a gusto. Por estrés nos volvemos más feos y no logramos ni dormir bien ni disfrutar de los momentos hermosos de la vida.

Entonces, recurrimos al psicólogo o terapeuta. Decisión acertada si uno encuentra a la persona adecuada, pero eso no siempre es fácil.

Muchas veces me pregunto si el psicólogo o el terapeuta al que se termina recurriendo en parte no suple la función de un buen amigo con capacidad de escucha. ¿Hace cuánto dejaste de ver a tus amigos de siempre?

Hubo una época en que todos hablaban del concepto tóxico. Salía en muchas revistas. Lo escuché tanto que me resultó sospechoso.

Hay que alejarse de la gente tóxica, subrayaban algunos artículos. Como si lo tóxico, que hasta entonces era más bien un concepto que utilizábamos para referirnos a los alimentos o productos en mal estado, hubiera ampliado su significado y fuera un cajón de sastre donde meter a todas aquellas personas que nos resultaran incómodas; familiares y amigos.

Pero tan tóxica es la queja constante como la incapacidad de escuchar a los demás. No vale estar hasta arriba de toxicidad silenciada y no ser capaz de tolerar que los demás se expresen.

Todos somos tóxicos potenciales, aunque no todos lo reconozcamos. Porque la toxicidad no es más que el poso que deja el estrés no solucionado a lo largo de los años.

Sin duda, lo mejor que puedes regalar a los tuyos, la mejor de todas las terapias, es tiempo de escucha.

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