Desde hace ocho meses bulle en mi cabeza una imagen. Se trata de una fotografía de Marcos León en LA NUEVA ESPAÑA que ilustra un reportaje sobre reformas en el Palacio de Justicia de Xixón. Al fondo, el edificio; en primer plano, una hermosa berenjena que parece formar parte de un huerto.
La semeya patentiza lo que tantas veces se ha dicho de la ciudad: su capacidad de integrar lo viejo con lo nuevo, el pasado con el futuro, de mantener en su seno lo residual por mucho tiempo. Incluso de conseguir que lo que hubiere de ser coyuntural se convierta en permanente y pugne por durar como las catedrales: así el soterramiento del tren en Llangréu, el plan de vías y el metrotrén de Xixón, el anuncio de eliminar las vías del centro de Avilés; proyectos todos que, en ejecución, detenidos o en promesa, atraviesan las legislaturas sin romperlas ni mancharlas.
La ciudad, por ello, podría ser el lugar donde tuviesen lugar algunos de esas convivencias que la retórica literaria denomina "imposibles" o "adynatos", como aquel de la Égloga I de Garcilaso: "La cordera paciente con el lobo hará su ayuntamiento". O aquellos que el profeta Isaías, ocho siglos antes de Cristo, anunció para cuando reinase El Mesías: "Entonces habitará el lobo con el cordero, y la pantera se tumbará con el cabrito?".
Es acaso, pues, en la ciudad donde pudiere tener lugar el desiderátum que expresan los animalistas: "Hay que regular la situación del lobo sin ningún tipo de muerte para el animal sino con otras medidas que puedan garantizar su continuidad y solucionar los conflictos con los ganaderos. Y con el jabalí igual". Porque en el campo, no parece.
Aunque no es extraño que esas situaciones paradójicas causen sorpresa y pasmo, como la que expresaban aquellas monjas villanciqueras: "En Belén nació Dios en un pesebre, donde menos se espera salta la liebre".
