La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El factor estúpido

La vigencia de las cinco leyes de la necedad del economista de Berkeley Carlo Cipolla

Nos hemos acostumbrado a discernir sobre los acontecimientos empleando criterios racionales o emocionales, olvidando que un buen porcentaje pudiera derivar simplemente de la majadería humana. El economista de Berkeley Carlo Cipolla teorizó en su día acerca de la estupidez y sus perniciosos efectos, alertando sobre su enorme influencia -superior a la de las mafias, las multinacionales armamentísticas o la internacional comunista, dice en su delicioso opúsculo-, así como su progresiva implantación social, con una organización invisible y sumamente extendida.

Su célebres cinco leyes de la necedad se mantienen enteramente vigentes, como se advierte en innumerables asuntos de actualidad, desde el ámbito internacional al doméstico. La primera apunta a la tendencia a subestimar el número de cretinos que circulan por el mundo, incluyendo a aquellos que uno considera capaces pero que de repente debutan en la memez. Cipolla sostiene, casi como el Eclesiastés, que "día a día, con monotonía incesante, vemos cómo entorpecen y obstaculizan nuestra actividad individuos obstinadamente estúpidos, que aparecen inesperadamente en los lugares y momentos menos oportunos". Esto conduce al intelectual italiano a su segunda regla, conforme a la cual la probabilidad de que alguien sea estúpido es independiente de cualquier otra característica de la misma persona, como demuestra, por cierto, en su propio quehacer universitario, al detectar a auténticos zoquetes en todas las escalas funcionariales, sin excepción, hasta entre los galardonados con el Premio Nobel.

Su tercera ley, la de oro, define al estúpido como el que causa un detrimento a otro sin obtener, al mismo tiempo, ningún provecho para sí, u obteniendo un neto perjuicio. Frente al inteligente, que logra beneficios para él y los demás; o el primo, que provoca ganancias a terceros y pérdidas para él; o el malvado, que se aprovecha con menoscabo para el resto, el necio se empeña sin embargo en fastidiarse y en dañarnos a la vez a todos, en ocasiones con consecuencias terribles para sociedades enteras. Quienes son perspicaces tienden a minimizar el potencial nocivo de los estúpidos, mucho más peligrosos y generalizados que cualquier otro colectivo humano, lo que constituye para Cipolla sus restantes principios.

Ni el brexit ni el empecinamiento secesionista en España tendrían lugar lejos de este marco. Los reiterados avisos sobre las severas calamidades que se producirán en caso de llevarse a cabo ambos propósitos y su invariable desatención por sectores nada desdeñables de la población corrobora esta afirmación, que puede llevar a la ruina a las naciones afectadas con prontitud. Y no apelemos a la democracia como defensa del disparate, porque la historia ya se ha encargado de revelarnos que no siempre sirve como filtro útil para librarnos de los botarates y sus ocurrencias, muchas de ellas verdaderamente trágicas. Si los que porfían en la salida de la Unión Europea en las islas británicas no comprenden que se castigarán a sí mismos y al continente situado más allá de las nieblas del canal, y si los que defienden aquí la independencia no se percatan de la completa inviabilidad de su ensueño, imposible de llevarse cabo sin dañarles a ellos mismos y a España, entonces bien se entenderá que nos movemos en los sugerentes términos que plasma Cipolla en su creativo ensayo.

Edúcalos o sopórtalos, nos animaba Marco Aurelio en nuestras relaciones sociales. Gran reto tenemos por delante cuando resulta tan complicado hoy lo primero y casi impracticable lo segundo, debido a la proliferación de gentes obcecadas en despeñarse y, de paso, en arrastrarnos a los demás con ellos montaña abajo.

Compartir el artículo

stats