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Xuan Xosé Sánchez Vicente

Cacarexar

Del acoso omnímodo al mundo rural

El conflicto en Sotu Cangues entre un paisano con gallos y un vecino propietario de unos apartamentos turísticos simboliza de forma ejemplar el acoso que padece el mundo rural. Seguramente, como dicen los informes técnicos, el canto de los bípedos plumados supera el nivel de decibelios permitido. Verdad será que los usuarios de esos apartamentos se quejan de ese ruido, pero no deja de constituir todo ello un disparate. Los gallos, como otros animales, y sus ruidos y desechos, "son la aldea". Si la ley no lo ve así, modifíquese.

Uno evoca con señardá aquello de "Ya cantan los gallos al amanecer, la luz de la mañana ya quiere nacer", o el cidiano "apriessa cantan los gallos y quieren quebrar albores", o lo del romance "Ya cantan los gallos, amor mío, y vete: cata que amanece". ¿Irá a estar mal visto?

El acoso al mundo rural es omnímodo. Los ganaderos ven amenazados sus ganados por el lobo, sin que se quiera poner a ello coto. Los habitantes de los parques están sometidos a múltiples restricciones en su actividad o su cotidianidad. Las restricciones con pretexto medioambiental -justificadas o no- aumentan de día en día. Las propiedades en villas y aldeas están sometidas a tasas, impuestos y valoraciones que no se adecúan al valor real de los bienes. Bienes como los hórreos soportan una legislación inapropiada que los lleva a la inutilidad y la ruina.

¿Puede alguien verse sometido a mayores amenazas que los campesinos y los habitantes de la aldea? Acaso sí: los gallos, de ir adelante las proclamas de algunas feministas calificándolos de violadores.

Claro que, al final, pagarán también los hombres del campo, como responsables últimos.

Bromas aparte, si no se enfrentan esos problemas y otros, todo lo que se diga sobre la despoblación del campo y el apoyo a sus gentes no será otra cosa que cacarexar. Con más o menos decibelios.

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