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Fútbol, infierno y gloria

El diabólico sistema de ascensos y descensos de categoría de la Liga

Decía Sartre que el infierno son los otros; pero tampoco hay que hacer mucho caso a los existencialistas. Los límites del Averno los establece, en realidad, la Liga de Fútbol Profesional con su diabólico sistema de ascensos y descensos de categoría que estos días tiene en un sinvivir a cientos de miles de aficionados.

Hasta cinco equipos sienten el lametazo de las llamas de la caldera de Pedro Botero, con grave riesgo de caer en ese establecimiento penal que es el infierno de la Segunda División. Los tres que finalmente perezcan en el fuego dejarán de gozar de la gracia de Dios, que es el ojo de la tele. Abandonar las pantallas de plasma es lo más parecido a dejar de existir, de la misma manera que la televisión es capaz de crear materia a partir de la nada. Véase, entre otros muchos, el ejemplo de Belén Esteban.

Solo las cámaras encargadas de la retransmisión de los partidos de Primera dan fe de la existencia de un club o de un jugador. Si los teólogos más sutiles definen el infierno como la privación de ver al Altísimo, exactamente eso es lo que sucede también con los equipos que pierden la gracia del gol y se ven condenados a purgar sus faltas en el fuego -que se hace eterno- de la segunda categoría. No hay salvación para los que caen en esa Liga subalterna.

Parece natural, por tanto, que el lenguaje del fútbol recuerde al de la teología. Los equipos en trance de despeñarse al abismo aspiran, lógicamente, a la "salvación" aunque sea de penalti injusto en el último minuto. Su lucha por salvarse la definen los cronistas deportivos en términos bíblicos de agonía para librarse del "purgatorio"; y, cuando logran su meta en circunstancias particularmente improbables, nadie duda en calificar tal lance de "milagro".

Todo esto ya lo anuncia cierto versículo del Apocalipsis en el que se dice que los justos alcanzarán en el día del Juicio Final la vida eterna, es decir: el derecho a seguir gozando de la presencia del Barça, del Madrid y de los correspondientes derechos de televisión en los estadios de los clubes que alcancen a salvarse.

Los pecadores que, por su mal trato con el balón, no sumen el necesario número de puntos caerán a su vez en las calderas de la Segunda División: un "lago de fuego y azufre" al que la Biblia alude con exactitud balompédica como "la muerte segunda".

Por la parte de arriba, que es donde se sitúa convencionalmente al cielo, los ungidos por la divinidad atisban a su vez la "gloria" de la Champions, torneo que por lo general ganan los equipos de España, nación famosamente devota.

En esas alturas celestiales no resulta infrecuente que los jugadores más dotados adquieran rasgos propios de la deidad. Ahora mismo, Messi es Dios, como antes lo fue Maradona y mucho antes Pelé o Di Stéfano. El fútbol es una fe politeísta que admite la convivencia de varios dioses sobre el terreno de juego, aunque esta sea materia opinable sobre la que discrepan los creyentes en este o aquel as del balón.

Ni siquiera ha de ser casual que la mayoría de los partidos se jueguen en domingo, día del Señor; o que la feligresía de muchos equipos se precie de lo mucho que hay que sufrir para el objetivo final de la salvación o, en su caso, de la gloria.

Religión atípica, el fútbol abre estos días la puerta del infierno a unos y la del paraíso a los más afortunados. Y aún habrá quien se extrañe de que sea tan buen negocio.

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