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Crecer y repartir: equipos y proyectos

La brillantez de un hombre que conjugó rapidez mental y reflexión en su servicio al pueblo español

Lo que Alfredo hizo y fue se cimentó hace medio siglo. En lo que en aquellos años compatibilizaba. Deporte y estudio. Alta competición e investigación.

Del atletismo le vino la velocidad, la rapidez mental. De la educación, la reflexión; el trabajo en equipo y la ponderación.

Bajar de los 11 segundos en los 100 metros lisos, hace 50 años en España, era una auténtica proeza. Alfredo lo consiguió. La rapidez de las pistas le acompañó para siempre. La exhibió en entrevistas y en el hemiciclo; en debates políticos y en sobremesas de amigos. Siempre con una dialéctica comprensible, brillante e inteligentemente irónica.

Estar considerado entre los científicos jóvenes españoles con mayor proyección de futuro en los años 80, en nuestro país, estaba al alcance de pocos como él. Interesado en "los mecanismos de reacción", trasladó en 1983 su curiosidad investigadora, rigor académico y capacidad pedagógica de la universidad Complutense de Madrid al Ministerio de Educación. En las tres décadas siguientes, para el PSOE y de España, sus aportaciones fueron determinantes.

Socialdemócrata clásico en política. Crecer y repartir con equipos y proyectos. La valía personal antes que la fidelidad perruna. Las necesidades del equipo por encima del control partidario interno.

En las elecciones de 2011, consciente de que nos esperaba la oposición, se empleó a fondo para formar un equipo solvente. Sin sectarismo alguno, como reconocía recientemente Ignacio Urquizu, quien a pesar de no haberlo apoyado frente a Carme Chacón, fue requerido de inmediato por Alfredo para liderar importantes responsabilidades orgánicas e institucionales.

Y aunque el partido no se lo puso siempre fácil, lo logró en buena medida. Cada ministro de Rajoy tuvo a un portavoz socialista controlándolo de cerca, con estrategia definida y conocimiento profundo del departamento.

El fin de ETA, una de las grandes victorias colectivas de nuestra democracia, no hubiera sido igual sin él. Aplicó toda su inteligencia al empeño. Toda su capacidad empática para entender y atender a los hombres y mujeres de las Fuerzas de Seguridad que estaban en primera línea de aquella batalla.

No sería la última de sus grandes aportaciones a la estabilidad del Estado. El proceso institucional que se puso en marcha con la abdicación del rey Juan Carlos y que culminó con la entronización de Felipe VI, tuvo en él un protagonista principal. Aceptó, incluso, posponer la efectividad de su renuncia al liderazgo del PSOE para culminarlo con éxito.

En las distancias cortas era más irresistible aún que en sus comparecencias públicas. Su brillantez en los análisis y su conocimiento de los temas te deslumbraba. Desarrollaba una empatía natural que cristalizó en afecto, con personas muy diferentes. Desde portavoces, presidentes y ministros populares a líderes de Comisiones Obreras. Desde personalidades de ONGs a militantes anónimos en multitud de agrupaciones socialistas.

Es un momento muy duro también para otros compañeros como el presidente Javier Fernández. En algún momento soñé con que la exitosa bicefalia de Felipe y Alfonso podía tener un cierto renacer con Javier y él. No podrá ser ya, pero haríamos mal los socialistas españoles olvidando las lecciones de ambos.

Y los asturianos. Cántabro de nacimiento y linaje, fue también asturiano de adopción. Me alegró haber cumplido con éxito el encargo que me dio en 1986 el rector Marcos Vallaure. Buscarle una casa en Llanes para veranear aquel año. La encontré y vino. Aquel año y treinta y dos más. Parres, Celorio, Bricia y Lledías le ofrecieron alojamiento. En el Chiqui, la Parrera, el Jornu? apostó por la gastronomía asturiana. Toranda, su chiringuito, y el Tlaxcala le hicieron habitual de Niembro.

Perdemos un buen aliado en todo lo que a Asturias afectaba. Pero, sobre todo, personalmente, pierdo un compañero y amigo del alma al que siempre, y por tantas cosas, estaré agradecido.

¡Hasta siempre, Alfredo!

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