Las testificales de los votantes han resultado un admirable ejercicio coral, de acuerdo con la estrategia de las defensas que tratan de convertir el día de autos en una iniciativa vecinal y espontánea, negando cualquier carácter organizativo a la consulta. Auto organizada.

Y, de paso, un altavoz para quienes se dieron un madrugón formidable: "nos levantamos muy temprano, teníamos muchas ganas de votar, llegamos al colegio a las cinco menos cuarto de la madrugada, ya había gente mayor sentada en sillas de camping".

A pesar de haber pasado tanto tiempo en el interior del colegio electoral, ninguno de ellos ha dado pista alguna sobre quién abrió los colegios, quién los cerró y cómo llegaron urnas y papeletas a cada uno de los centros de votación.

Amueblaron la espera con churros, campeonatos de butifarras, concursos de tartas, talleres para niños, recitales de poesía, cine fórum... y una chocolatada popular.

La apoteosis del acontecimiento, uno de los fenómenos de este tiempo, que un testigo ha sabido escenificar: "Como era ilegal y no lo iban a tener en cuenta, por eso tenía que ser más impresionante, votaríamos muchos y sería incontestable lo que se votaría".

De manera que la celebración de la votación era "una fiesta de la democracia, en la que todo el mundo salió a la calle a comer paella". En modo alguno, una insurrección.

A sabiendas de que estaba suspendido por el Tribunal Constitucional y que el Tribunal Superior de Cataluña había resuelto que no debía celebrarse, los testigos han justificado el comportamiento ilegal "para defender nuestros derechos", anteponiendo la alegría de acudir a las urnas a la prohibición de la consulta.

Mientras que los centros en los que no había policías ni guardias civiles eran un remanso de paz, donde no asomó en ningún momento la violencia, en aquellos donde actuaron las fuerzas de seguridad, tratando de impedir la votación ilegal, la descripción del paisaje era bien distinta: brutalidad policial (puñetazos, golpes en testículos, insultos), en contraste con el pacifismo de unos ciudadanos "que sólo queríamos votar".

El ministerio público no ha dejado de advertir a los testigos votantes, que acudieron a un acto ilegal, donde las fuerzas de seguridad tenían orden de prohibir y evitar.

El paradigma, utilizado con perspicacia por la defensa, ha sido el de unos guardias civiles agrediendo con sus porras a una anciana inválida en una silla de ruedas. Agentes de la Guardia Civil orinando encima de los que se manifestaban delante de sus hoteles en Calella. Otro: "Me cogieron por los testículos, me levantaron para arriba, me dejaron caer; en el suelo, al lado mío había un señor que le levantaron por las orejas". Con el estrambote de un policía nacional jubilado, que sorprendió con un relato sorprendente, a la luz de sus antecedentes: "La gente lanzaba los insultos normales viendo lo que estaba pasando, 'hijos de puta', 'cabrones'... todo con las manos en alto". Ninguna novedad, porque en declaraciones anteriores del otro costado se esgrimieron situaciones similares.

La preocupación de las defensas ha sido dejar sentado que sí hubo presencia de los 'mossos' y que éstos actuaron para tratar de impedir el referéndum. De acuerdo con esta exégesis, no pudieron alcanzar el objetivo porque la multitud les impidió acceder a los centros de votación: "vinieron, se presentaron, dijeron que venían a clausurar el colegio y la gente no se lo permitió". Con ello, creían salvar responsabilidades, si bien no impidieron el tipo penal de sedición (acción pública y tumultuaria para impedir, fuera de las vías legales, a cualquier autoridad el ejercicio de sus funciones).

Claro que, en la mayoría de los casos, los binomios ni siquiera intentaron acceder a los lugares donde tenía lugar la votación ilegal. En cualquier caso, se ha puesto en evidencia que la actitud de los 'mossos' no fue imperativa para el cierre de los colegios, sino informativa y de mediación.

El desfile de los testigos propuestos por las defensas ha sido el culmen del socorrido: 'por imperativo legal'. Lo han empleado prácticamente todos ellos, señalando a la acusación particular de Vox. Hasta que el presidente de la Sala se ha cansado y, con ironía, les ha advertido: "Todo lo que está pasando aquí es por imperativo legal".

Cuando un testigo ha manifestado su deseo de declarar en catalán, el juez Marchena le ha esclarecido la geografía: "Por más respeto que tengamos a la lengua catalana, aquí todo está reglado desde el primer día, hasta el lugar donde usted se sienta. La ley impone que este acto se desarrolle en castellano y es así como tiene que declarar".

Tampoco se ha librado el ministerio público, al intentar desaprobar a una declarante por ir a un colegio el 1-O: "Vamos a ver señor fiscal, ella en principio es libre de decidir si vota, si no vota, si lo considera legal, si lo considera ilegal. No puede usted en la pregunta formularle un reproche por el hecho de ir a votar".

En esta coral tan entonada ha desafinado el relato vibrante del jefe de los antidisturbios de los 'mossos', que aseguró -a redoble de tambor- que el entonces presidente de la Asamblea Nacional Catalana (ANC), durante las manifestaciones en protesta por el registro judicial que se estaba llevando a cabo, en la Consejería de Economía, le exigió que se retirase cuando se disponía a rescatar a la comitiva judicial (formada por agentes de la Guardia Civil y una letrada de la administración de Justicia), que llevaba allí desde primeras horas de la mañana.

Junto a Cuixart y Lluis Llach, Jordi Sánchez, que representaba a docenas de miles de personas allí concentradas, "tuvo una actitud altiva, prepotente y muy complicada para mí, me exigió que retirara a la Brigada Móvil, diciéndome que esto que estás haciendo no es lo que hemos acordado, largaos de aquí; sacó un móvil para llamar al president y al conseller; le dije que hiciera lo que tuviera que hacer y delante de mí -y eso está grabado porque llevaba detrás a un compañero con una cámara y le dije: ¡graba!- el señor Sánchez hizo una llamada y las palabras que dijo fueron: Trapero está loco, ha perdido la chaveta; cuando cuelga, me dice que Trapero recibirá una llamada y que nos quitemos. Mi respuesta fue: puede llamar al Papa de Roma, que, si no me da una orden mi cadena de mando, yo llego a la consejería. Les dije a mis jefes: no voy a perder más tiempo en hablar con este señor. Si quiere algo, cuando se calme, me llamáis".

Los testigos votantes en el referéndum ilegal han aprovechado la ocasión para presentarse en las Salesas ataviados con lazos, pulseras, fulares, gabardinas y colgantes amarillos. Y algunos, cuando terminan sus deposiciones y para no perderse el pasatiempo, han pedido permiso a Marchena para quedarse en la sala. Concedido.