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Ennio Morricone y el Absoluto

La gira española del músico italiano

Daniele Libanori es jesuita y obispo auxiliar de Roma. Cuando el Papa le hizo, en 2017, esta encomienda, era rector de la iglesia de san Giuseppe dei Falegnami y de una residencia para sacerdotes de la diócesis, inaugurada hace un año y medio, en las instalaciones anejas a ese templo, sito en el Clivo Argentario del Foro Romano, sobre la Cárcel Mamertina, en la que, según una tradición, estuvieron presos los santos apóstoles Pedro y Pablo.

Anteriormente había sido rector de la iglesia del Gesù, prototipo de arquitectura jesuítica, en la que se halla el sepulcro de san Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús. El padre Libanori se encontraba a menudo, en las inmediaciones de Plaza Venecia, con un anciano madrugador, al que saludaba y con el que mantenía una breve conversación. Era el compositor Ennio Morricone, que vive en un "palazzo" de aquella zona y sale muy temprano de casa para ir a comprar el periódico.

En diciembre de 2012, el jesuita lo abordó directamente: "En 2014 se celebrarán los doscientos años de la restauración de la Compañía de Jesús, ¿por qué no compone una Misa para conmemorar el evento?". Y añadió: "No se dispone de dinero para pagarla". Tal cual. Ennio, que es tímido, supo apreciar la franqueza de Libanori y le respondió: "Tendré la seguridad de haberla escrito cuando la haya concluido".

Se puso a trabajar a finales de diciembre. En marzo de 2013 hubo un nuevo Papa. A Ennio Morricone, el hecho de que fuese el primer jesuita que se sentaba en la sede de san Pedro, adoptase el nombre de Francisco, rechazase el boato pontificio, propusiese el retorno a los orígenes, desease curar las heridas de la humanidad doliente, le parecía algo maravilloso. Y aceptó de buen grado el dedicarle la Misa cuando el padre Daniele Libanori se lo sugirió.

Y así fue como nació el libreto, con el texto en latín, de la "Missa Papae Francisci anno ducentesimo a Societate Iesu restituta" para doble coro y orquesta. Fue estrenada en la iglesia romana del Gesù. No tiene nada en común con la música de "La misión", salvo el fragmento final, concluida ya la Misa, que se asemeja al sublime "On earth, as it is in heaven" de la película, aunque con perceptibles diferencias.

Ennio Morricone es de los que opinan que, después del Concilio Vaticano II, la música hecha para las iglesias ha disminuido en calidad respecto a la predominante hasta entonces. Estima que, comparada con la gran tradición del gregoriano, que estudió apasionadamente en sus años de Conservatorio, lo que hay ahora vale muy poco.

Para él, la música sacra, mística, o espiritual, o como se la quiera llamar, se corresponde con la "música absoluta", la de la gratuidad y la libertad, a la que le habría gustado dedicarse por entero, en lugar de a la "música aplicada", hecha por encargo para el cine o el teatro, que es, sin embargo, la que le ha permitido vivir y sacar adelante a sus cuatro hijos, junto a su idolatrada esposa y letrista María Travia.

Ennio Morricone posee una fina sensibilidad espiritual, originada y nutrida en su religiosísima casa paterna, en la que todas las tardes se rezaba el rosario. Acudía frecuentemente a Misa con su madre y recibía los sacramentos. Luego, dejó de practicar, pero no de creer en Dios: "Creo en la existencia de algo que no percibimos con nuestros solos sentidos; pero, al mismo tiempo, tengo muchas dudas respecto a la vida después de la muerte".

Lo que pueda acontecer después de esta vida ("la resurrección de la carne") es algo que, con más dudas que certezas, no deja de representársele mentalmente, y esa cadena ininterrumpida de pensamientos sobre la muerte, el más allá, el silencio eterno, son, para él, una suerte de oración, íntima y continua, pero sin respuestas.

Mas, con ellas o sin ellas, "tempus fugit" igualmente, y, habiendo cumplido ya los 90 años de edad, Ennio Morricone ha venido a España para despedirse de sus admiradores y del gran público que adora su música, antes de emprender el último y definitivo viaje, que lo habrá de conducir al encuentro con el Dios de sus padres, que colma de inimaginable plenitud, junto a Él, a las almas que, mientras aguardan ese instante inacabable y feliz, sienten, en los días de esta vida temporal, vacío, y soledad, y tristeza, y desamparo.

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