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Javier Cuervo

Un millón

Javier Cuervo

Reina conoce bisnieto

Sonríe Isabel II ante Archie Harrison, su octavo bisnieto. No hay nada inédito para esta mujer. Sonríe como ante otro ser menudo, como uno de los treinta corgis que han paseado a sus tobillos en su longevo reinado. La fotografía oficial recoge la separación de espacio y tiempo entre bisabuela y bisnieto.

Espacio: la distancia personal de la reina británica, en cuanto reina y en cuanto británica, siempre está más cerca de los 120 centímetros que de los 45 (horquilla de margen que establecen los psicólogos).

Esos centímetros son los de la mirada. No hay tacto. Isabel II no echa los brazos para cogerlo ni acerca los labios para besarlo. Bien titulan los periódicos: Isabel II ya conoce a su bisnieto Archie. Lo conoce de vista, se le presenta como una coliflor campeona y lo mira como a esos pasteles ingleses decorados con primor, aunque con menos ganas de comerlo.

Los reales sentidos dejan el gusto para el pescado, las frutas y verduras de temporada, siempre con una moderación implacable para el dulce, que tanto le gusta. Un recién nacido recién cambiado puede provocar un coma diabético emocional. Al olfato real le agradan las rosas de los Throckmorton en Coughton Court y al tacto, los caballos. Como gran terrateniente es gran campesina.

La otra distancia es el tiempo. El anciano ve en el bebé a un directo competidor, cuando reconoce en él la vulnerabilidad de las dificultades de contención fisiológica, de comprensión del entorno, de mantenimiento del equilibrio, de comunicación verbal, pero el niño es un reloj de arena al que le acaban de dar la vuelta y avanza donde él retrocede. Se quiere a los hijos y a los nietos (cuando se los quiere). A los bisnietos se les conoce. A la tercera va la vencida.

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