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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

Muelas del juicio

Que algunas personas me tengan por juicioso puede ser razón de que hasta ayer mantuviera intactas cinco muelas del juicio. No cuatro, como es habitual, sino una más de propina. Hubo que extraer una de ellas por trámite de urgencia y la intervención dio pie a reflexionar sobre si ahora, perdida una de esas piezas molares, perderé también parte del juicio sin ser abogado más que en ocasiones del diablo. El cirujano me dijo que siendo periodista es normal que tuviera muelas de colmillo retorcido.

De ser así, que se preparen aquellos a quienes con frecuencia fustigo desde los capiteles de esta columna, pues si uno torna menos juicioso, por fuerza ha de situarse más próximo al desatino. Uno que vive de la lengua y aun a fuerza de deslenguado debe cuidar con mimo el juicio de unas muelas tardías que cabría calificar de estorbo bucodental. Si se indaga en el origen del vocablo, se llaman "del juicio" porque aparecen en la juventud, cuando se supone que las personas empiezan a ser ecuánimes y ponderadas, lo cual es suponer en exceso.

Muchas otras lenguas nominan a esta muela de manera parecida, desde el "dens sapientiae" que decían los latinos. En italiano se la llama "dente del giudizio"; en portugués, "dente do siso". Los ingleses dicen "wisdom tooth" (diente de la sabiduría). Los catalanes, que son tan suyos, prefieren decir "queixal del seny", que significa "muela de la sensatez". Y los gallegos, a su bola: "moa cabeira", la muela del extremo.

Para versión poética, la de los coreanos, que tildan a la muela del juicio de "diente del amor", en referencia al dolor que suele producir la primera espina amorosa de la juventud.

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