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El buen obispo

Juan Antonio Menéndez era noble, sencillo y con capacidad de escucha

Se le rompió el corazón. Así podemos describir el efecto dramático de un infarto masivo. Aunque ha sido grande la sorpresa de su muerte fulminante, no es extraño sabiendo la responsabilidad que llevaba en sus manos y la resonancia eclesial y social que está teniendo. Era una persona serena pero muy sensible, muy humana. Y tenía sobre su corazón una de las situaciones problemáticas más duras, desoladoras y difíciles de la Iglesia española y universal que navega con mar gruesa. Para afrontarla hace falta un corazón de piedra y, un obispo bueno como era él, lo tenía de carne repleto de esa nueva ternura franciscana que pide constantemente el Papa. En la última conversación que mantuvimos, me reconoció que conciliaba el sueño con dificultad. Le compensaba lo querido y valorado que era en su diócesis asturicense. Estaba dotado de todas las cualidades para ser un buen obispo de estos tiempos y de esta singladura de la Iglesia. Bueno, sencillo, noble, comprensivo, con capacidad de escucha, con arte de gobierno "suaviter in modo, fortiter in re", con sabiduría para el discernimiento, cercano a las personas? y podíamos seguir añadiendo cualidades. Eso, sin dejar de decir la mejor alabanza, que era "una persona normal". Pero lo problemático era conjugar todo ese racimo de rasgos personales con la encomienda sobrevenida a su misión pastoral de obispo, que exigía "tolerancia cero", rigor, objetividad y justicia. Su temperamento era más de pastor que de juez implacable. Combinar las dos cosas, aunque uno se esfuerce en ello, es complicado, hace sufrir, le hizo sufrir mucho a Juan Antonio.

Había nacido en Villamarín, un pequeña parroquia en los montes de Grado, el día 6 de enero de 1957. Fue un verdadero regalo de Reyes para sus padres, que sería el hijo único y para el párroco, D. Manuel, al que cuidaban y atendían y en cuya casa rectoral vivían. Con gracia, que la tenía y mucha, contaba Juan Antonio que sus padres iban a trabajar y le dejaban en los brazos del anciano cura; más de una vez le humedecía la sotana. En aquellos brazos cariñosos incubó él la vocación sacerdotal.

En el Seminario fue un muchacho de los que no hacen ruido ni levantan la voz, estudioso y piadoso, rubio y de ojos vivos, inteligente, de modales educados. Aunque perteneció a un curso numeroso y valioso durante la etapa de bachiller, fue el único que continuó con los estudios eclesiásticos. En la segunda etapa de los estudios superiores se unieron otros cuatro o cinco, de vocación más tardía que formaron un grupo de entrañable amistad que han mantenido hasta hoy y que con él recibieron la ordenación sacerdotal, Juan Antonio el 10 de mayo de 1981. Se da la tristísima casualidad de que uno de los del grupo, Herminio González Llaca, párroco de San Lorenzo de Gijón, había muerto en el HUCA donde esperaba un trasplante, nueve horas antes que él. La noticia le puedo afectar; "cuando un amigo se va, algo se muere en el alma", cantó Alberto Cortez cuando murió su padre.

Después de unos años de pastoral parroquial en Cangas de Narcea y Teverga, fue llamado por D. Gabino Díaz Merchán, para compartir tareas de colaboración en el gobierno, como Vivario territorial del Oriente, fijando su residencia en Arriondas y más tarde como Vicario General. Con sencillez, cercanía y buen espíritu de servicio, se ganó el aplauso y la confianza de los más. No extrañó nada cuando fue elegido para obispo auxiliar de la Diócesis, recibiendo el episcopado el 8 de junio de 2013. Nos pasa que muchas veces no valoramos lo que tenemos cerca, "la cantera" en términos futbolísticos, y esperamos que vengan "figuras" de lejos. Poco más de dos años estuvo en esta misión de auxiliar episcopal.

El 18 de noviembre de 2015 fue nombrado obispo titular de Astorga. Ya no hay diócesis tranquilas. Debe ser efecto de la globalización que expande todas las turbulencias. Estamos en un momento de transformación y cambio. Da la impresión de que los problemas nos sobrepasan y no encontramos verdaderas y adecuadas soluciones para ellos. La famosa frase de Ortega sigue siendo actual: "No sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa". El deterioro de los valores y el olvido de las tradiciones sapienciales parece una constante evidente. Se da más énfasis a lo negativo que a lo positivo, queda la impresión que se contagia con facilidad. Nadie esperaba en la Iglesia occidental un postconcilio tan traumático. Tengo la impresión que andamos muy preocupados con las estructuras y son más importantes las personas.

Del trabajo y la misión pastoral de Juan Antonio en Astorga he oído los mejores testimonios y elogios. Era un obispo para el momento actual de la Iglesia. La vitola ahora es "oler a oveja", es decir, de los que viven y duermen con el rebaño. Sobre él, además, como miembro de Conferencia Episcopal Española, recayeron dos asuntos conflictivos de enorme trascendencia, el de las migraciones y la de la pederastia. Es enigmático saber hasta qué punto pueden influir en la salud de cada uno estas circunstancias que nos rebasan y nos destrozan por dentro. Hay cruces que nos tumban. Lo cierto es que Juan ha muerto repentinamente. Han sido tan solo ocho años de obispo. Pero en su corta vida ha hecho historia de la buena, de la que se escribe con Dios al fondo. Nos queda lo del libro del A.T. de la Sabiduría: "Consumatus in brevi explevit tempora multa", porque era del agrado del Señor. Sin duda que sus amigos y sus diocesanos se la agradecemos.

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