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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

Tirar de cantera o de cartera

Por mucho que algunos se golpeen el pecho con desenfreno a la altura del escudo o posen los labios con ardor sobre el emblema bordado en la camiseta, lo cierto es que en el mundo del fútbol se ha perdido el último atisbo de amor a los colores. El mercantilismo financiado por el dineral televisivo ha inundado los clubes, que en un práctico ejercicio de birlibirloque han trastabillado una letra y, como consecuencia, han puesto este deporte patas arriba: donde se escribía cantera ahora se escribe cartera. Donde hubo infantería ahora guerrean mercenarios. Donde se fabricaban yogurines ahora se mama calostro.

Los equipos de cantera, como el Sporting, mantenían hasta hace bien poco ese halo de familiaridad que los hacía como de andar por casa; como si los partidos de fútbol se disputaran en el salón. Los chavales se preparaban en Mareo para un puesto de trabajo para toda la vida. Era como comprar un piso para vivir siempre con las paredes pintadas del mismo color. Los apellidos de los futbolistas eran reconocibles por lo cercanos, hasta que la globalización se impuso en las alineaciones y los vestuarios se convirtieron en edificios de Babel donde, para entenderse, hay que llevar a mano el traductor de Google. Uno se pone a leer el once inicial de la mayoría de los equipos y en vez de un partido de fútbol parece la lista de participantes en Eurovisión.

Los idilios del balompié duran lo que dura el pasto: una temporada, a lo sumo. El amor se acaba, como los partidos, tras el pitido final del trencilla. Los clubes no tienen entrañas porque los jugadores se han convertido en condotieros que alquilan su armadura al mejor postor o el filo de su espada. Es el mercado, amigo.

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