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Elogio del paisaje

Estaciones

¡Vaya! Y menos mal que así es. En cualquier tema mundano, para enriquecerlo, es bueno que haya opiniones para todos los gustos y de todos los colores. Perdonen el símil por incongruente, si bien estoy seguro de que a todos ustedes les habrá sucedido en alguna ocasión. Siempre ocurre en esos minutos previos que preceden al primer sueño profundo, cuando apoyas la cabeza en la acogedora almohada, te pones los cascos y escuchas ese programa de deportes que, indefectiblemente, te mantiene despierto, como mucho un par de "minutejos" o tres a costa de un balón perdido por el último defensa o el pase de gol con el que se lució el astro de turno. Temas de largo recorrido, lo sé por experiencia, y extensa duración; en ocasiones despiertas al cabo de una hora y el Sanedrín balompédico prosigue discutiendo sobre el mismo tema. Como en ese instante apago la radio nunca pude averiguar si dura y dura? como esas famosas pilas.

Cuánto más agradecida es la naturaleza y su variante vegetal a través de las cuatro estaciones. En el contraste se encuentra la excelencia, en la variedad dicen que el gusto y, afortunadamente, la diversidad paisajística, a poco que nos fijemos, evoluciona día a día, hora a hora. A igual ritmo que ella gira el caleidoscopio crecen las opiniones para evaluar tanta belleza.

¡Nos quedamos con la primavera! Admiten algunos. Sí, gloriosa época en que se ven crecer los brotes, los verdes comienzan a multiplicarse, troncos y ramaje se desperezan, engordan, se estiran en busca del contacto con una rama amiga, hasta las raíces asoman en busca de luminosidad y unas gotas de rocío. Deslumbrantes amaneceres en los que, a veces, cruzan y persiguen su estela nuestros astros guía; uno, orgulloso, anuncia un nuevo día; ella, a punto de apagarse, regresa como Cenicienta antes que el embrujo tenga fin. De acuerdo, pero también es una época en que los árboles se enrocan sobre sí mismos y no dejan ver el bosque más que desde la distancia, el verdor puede aburrir.

¡Huy! Aquel grupo dice que donde esté el verano que se quite lo demás. Levantas la nariz y los aromas hacen presa del sentido, las hierbas desprenden todo lo bueno, los frutos a punto de madurar y, si la canícula aprieta, un placer añadido perderte entre la fronda. No te cuento si de madrugada abres la vista al firmamento, miles de estrellas al galope, inquietas, siempre iguales y jamás repetidas; lo primero que haces es tumbarte en el verde, boca arriba, para pronto entrar en éxtasis, son imparables la cantidad de historias que nos sugieren. Vale, vale, algo de razón tendrán, aunque, personalmente, todavía veo el paisaje demasiado monótono.

No, aquello no es un grupo, es una manifestación anunciada. Son los que por unanimidad eligen el otoño, la estación de las hojas de artista, de los tonos imposibles, de los árboles en fiesta, del bosque altanero presumiendo de sus mejores galas, colores a los que, si cien vidas tuviésemos siempre les pediríamos más para saciar nuestra necesidad de belleza y nunca llegaríamos a culminarla. Ay, aquel inolvidable día que la niebla violácea tamiza el resplandor de una rojiza puesta de sol, se graba a fuego en las retinas, si necesario fuese, la perseguiríamos hasta en la barca de Caronte para visualizarla una vez más antes de entregar el imprescindible óbolo.

El boscaje, estos últimos años, quiere esconder el otoño, casi no da tiempo a apreciarlo. ¿Será el cambio climático? De conservar la hojarasca en su sitio hasta avanzada la estación, de un día para el siguiente, tras una invernada prematura, las hojas caen con tal rapidez que dejan los esqueletos a la intemperie en un cerrar de ojos. Mientras descienden y revolotean adquieren vida, entonan un canto semejante al sonido de las gotas de lluvia, se recuestan unas sobre otras y, reconvertidas en espeso alfombrado, se dejan acunar por la brisa o el viento. Inevitable destino con el que cumplirán y celebrarán el ciclo para el que han sido creadas: devolver a la tierra, en forma de abono, lo que antes habían tomado de ella. Gracias a ello, la próxima primavera lucirán de nuevo su hermosura.

Ahora toca definir mi preferencia. Lo siento, por goleada me quedo con la naturaleza invernal, la de los árboles desnudos, los que dejan entrever su gran poder, su fortaleza, cuando ebrios de luna llena se tensan hasta no poder más, se abrazan y, cuando el viento arrecia envalentonado, bailan al son que su música desgrana. Disfruten del paisaje, de largo merece un elogio.

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