La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Job en Japón

La figura de Takashi Pablo Nagai

El Papa se encuentra actualmente en visita pastoral a Vietnam y Japón, países en los que el cristianismo ha mostrado un extraordinario vigor desde el primer instante de su implantación en ellos. Jerusalén, Roma y Santiago de Compostela son metas de peregrinación, dada su raigambre evangélica o apostólica, pero conviene que se viaje también, con el fin de conocerlas, a las iglesias de Asia, ya que han sido fértiles campos para el desarrollo de vida cristiana y el testimonio martirial.

Entre las grandes figuras del cristianismo en el Japón del siglo XX se halla Takashi Pablo Nagai (1908-1951), natural de Izumo, en la prefectura de Shimane. Fue educado en el sintoísmo, pero los profesores del instituto de Matsue, en el que estudió, hicieron todo lo que pudieron para erradicarle las creencias religiosas. Cuando ingresó en la universidad, para estudiar medicina, era ateo.

Tampoco es que, en la Universidad de Nagasaki, en la que estudió medicina, los profesores fuesen particularmente afectos a la religión. En una de las primeras clases, uno de ellos, mientras mostraba un cadáver a los alumnos, les espetó esta afirmación: "Señores, esto es el hombre, nuestro objeto de estudio. Un cuerpo con propiedades físicas: cosas que se pueden ver, pesar, tocar y medir. Y nada más". De otras dimensiones de la persona, ni palabra.

Sería Tsune, su madre moribunda, ¡benditas las madres!, la que le indicase la dirección del infinito: "Corrí junto a su lecho. Ella todavía respiraba. Se me quedó mirando fijamente, y así fue como le llegó el final. Con esta última mirada penetrante, mi madre echó por tierra todo el armazón ideológico que yo me había forjado". Jamás olvidó aquella mirada: "Sus ojos les dijeron a los míos de un modo irrevocable: "Ahora la muerte se lleva a tu madre, pero su espíritu seguirá vivo junto a su pequeño Takashi". Y quedó, así, marcado para siempre: "Los ojos de mi madre me hicieron saber que el espíritu del hombre continúa viviendo después de su muerte".

En la nueva andadura reflexiva que Nagai incoó junto al lecho materno, Pascal fue su compañero de camino. Se había sentido irresistiblemente atraído por sus "Pensamientos" desde el mismo momento en el que le hablaron de ellos en el instituto y en la universidad. No dejaba de darle vueltas a esta frase del pensador francés: "Para quien quiere ver, hay luz suficiente; para quien no, siempre hay bastante oscuridad".

En la Nochebuena de 1932, después de cenar con la familia en cuya casa se alojaba, se vio comprometido a asistir con ellos a Misa de Gallo en la catedral de Urakami. Eran fervientes católicos. Nagai, impresionado por la fuerza de los cantos de los fieles y el profundo silencio que los sucedía, confesó más tarde: "Sentí la presencia de Alguien a quien yo aún no conocía". En 1934 recibió el bautismo, eligió el nombre de Pablo, en memoria de san Pablo Miki, y se casó con la hija del matrimonio que lo invitó a acompañarlos a aquella inolvidable Misa de Nochebuena. Se llamaba Midori. Fue ella precisamente la que lo condujo al cristianismo. Tuvieron cuatro hijos.

La bomba atómica, que explosionó a decenas de metros de altura sobre la catedral de Urakami, acabó con la vida de Midori. Su marido se hallaba en el hospital haciendo una guardia. A pesar del potencial para la destrucción que contenía el siniestro artefacto, Nagai no fue golpeado letalmente por la onda expansiva. Cuando pudo acercarse a la vivienda familiar, se encontró con restos de Midori y elementos de su rosario. Y le prometió entonces que dedicaría todo el tiempo que le quedase de vida, ya que padecía leucemia, a los demás: "En recuerdo tuyo, por amor a ti, ? que me has llevado hasta el amor de Cristo".

Afectado gravemente por la enfermedad, se entregó, no obstante, en una cabaña que se hizo construir, a la oración, a la caridad, a escribir libros sobre el ataque atómico y a impartir sabiduría entre quienes acudían a él para escuchar de sus labios una palabra orientadora, consoladora y esperanzadora. Tuvo una mejoría, que él atribuyo a la intercesión de Maximiliano Kolbe, al que había conocido cuando éste fundó la "Ciudad de la Inmaculada" en Nagasaki. Pero Nagai decayó inexorablemente en su dolencia y falleció el 1 de mayo de 1951. Por su sufrimiento y su paciencia fue como un nuevo santo Job, con una fortaleza interior y una fe en Dios asombrosas, y, con sus escritos, devino portavoz de los miles y miles de masacrados por la bomba atómica. Su autoridad moral era inmensa.

En su testamento espiritual, para mostrar a sus hijos en qué consiste el auténtico espíritu cristiano y la verdadera mansedumbre, refirió esta historia que a él le habían contado acerca del martirio de una familia: "Se excusaron tranquilamente por las molestias que habían ocasionado al funcionario, le ofrecieron para comer arroz nuevo e incluso las sandalias nuevas de paja. Y después, obedientes, se dejaron quemar". Y es que, a la vista de todo lo que hemos llegado a saber sobre la fidelidad y perseverancia de los cristianos en Japón, tan auténticos, tan fieles, tan entregados, tan valientes, serán por siempre una referencia señaladísima de cómo se ha de vivir en conformidad con las enseñanzas del Evangelio y en la Iglesia.

Compartir el artículo

stats