Los empresarios piden a Pedro Sánchez que forme Gobierno cuanto antes, puesto que el capital es timorato cuando amenaza con reinar la anarquía administrativa, pero desconfían de Podemos y de su vocación intervencionista.
Es razonable que la patronal ponga reparos a que haya ministros de extrema izquierda en el Ejecutivo estatal, de igual forma que la clase obrera denigra de una derecha que acostumbra a seguir los dictados del Ibex.
El problema sobreviene cuando el lobo se disfraza con la pelliza del cordero y los patronos y los obreros se dejan embaucar por quienes no albergan otro objetivo que la imposición de sus postulados, sean ideológicos en unos casos y económicos en otros.
La coalición de la izquierda levanta expectativas en una parte importante del electorado y causa un temor razonable en la otra mitad, que en este país de ánimo polarizado quien no dispara flechas tirias se defiende lanzando venablos de factura troyana.
Muchos esperan que el acuerdo pactado en un abrazo urgente quede en agua de borrajas, que no se logra hacer borrón y cuenta nueva interesada después de muchas semanas de reproches y desencuentros. Pero puede que no ocurra así, que el Gobierno se conforme y que aquel que no podía dormir repose ahora a pierna suelta en el colchón saludable del palacio de la Moncloa.
Si hay un fin último en el anhelo político de Pedro Sánchez es aferrarse denodadamente a la poltrona. Como en la navaja de Ockham, la explicación más sencilla suele ser la verdadera.
